“El espantoso redentor Lazarus Morell” de Jorge Luis Borges | Mayra Aguirre Robayo

Por Mayra Aguirre Robayo

 

Foto: primera versión titulada “El espantoso redentor Lazarus Morell”, en Revista Multicolor de los Sábados, Crítica, Año I, Número 1, pág. 3. Ejemplar del 12 de agosto de 1933. Texto publicado luego en su versión final en Historia Universal de la Infamia (1935) (Fuente: https://borgestodoelanio.blogspot.com/2015/08/jorge-luis-borges-el-atroz-redentor.html)

 

La causa, el lugar y los hombres

Releer a Borges es una incógnita y un sosiego a la vez. En “El espantoso redentor Lazarus Morell”[1], al río Mississippi lo ubica como a un personaje metafórico “de pecho ancho infinito […], oscuro hermano del Paraná, del Uruguay, del Amazonas y del Orinoco […] de aguas mulatas; insultan anualmente el Golfo de México […] con basura venerable y antigua ha construido un delta, donde los gigantescos cipreses de los pantanos crecen […] llegan hasta las alturas” de Arkansas y de Ohio.

En sus tierras bajas habita una estirpe amarillenta de hombres escuálidos propensos a la fiebre. Son los negros del siglo XIX que trabajan en las plantaciones de algodón, tabaco o azúcar de sol a sol en tierras fatigadas y manoseadas, dormían en cabañas de madera, sobre el piso de tierra. Trabajaban en filas bajo el rebenque de su patrón. Tenían nombres, pero prescindían de apellidos. No sabían leer.

De los negros que solían salir a mendigar pedazos de comida y mantenían postrado su orgullo por ser una raza “sin tizne”: “Lazarus Morell fue uno de ellos”. Borges lo describe nada agraciado, joven con ojos muy cercaos y labios lineales, con los años se volvió un canalla encanecido. Era un predicador consumado de las Escrituras, adúltero, ladrón de negros y asesino. Sus actantes deplorables y viles comandaban unos mil negros. La rebelión era castigada con la cárcel o arrojados al río. Su método: inducía a los esclavos a huir de su patrón ofreciéndoles dinero y libertad, para venderlos por segunda vez. El esclavo regresaba con sangre con sudor y desesperación.

Jamás prestó atención a los anarquistas liberacionistas de esclavos. Pero, vociferaba por su liberación continental. Había emancipado unos setenta negros en 1834.Traicionado por sus huestes, se escondió en una casa antigua de la calle Toulouse. La justició lo rodeó, pero murió de congestión pulmonar el 2 de enero de 1985 bajo el nombre de Silas Buckley.

Lo contradictorio

Bartolomé de las Casas (1517) en la colonia de Carlos V —que apelaba que los indios tienen alma— terminando con sus vidas en las minas de oro antillanas y hostigaba, sin embargo, “importar negros” para que se extenúen en “los mismos laboriosos infiernos de las minas de oro antillanas”. Un buen esclavo les costaba mil dólares.

Semejante variación se cruza con el padre de los blues (Handy), el tamaño mitológico de Abraham Lincoln —liberó a los esclavos norteamericanos—, los quinientos mil muertos Guerra de Secesión, la prosa cimarrona de Vicente Rosi (“Cosas de negros”) rebatía que la negritud del país sureño había terminado en los años 20 del siglo pasado.

Se juntan las historias de lugares y tiempos diversos en medio de una ácida crítica al racismo, la imposición de la fe en Cristo y el canturreo en un inglés de lentas vocales terminaron creando con Louis Armstrong el góspel Go down Moses (la esclavitud de Israel en Egipto). El moreno asesino de Martín Fierro (poema narrativo de José Hernández) que enarbola la identidad del gaucho argentino, que fue acarreado a las fronteras contra los indígenas, luego de la dictadura de Rosas[2].

El filme Aleluya (King Vidor) con su ímpetu protagoniza por primera vez con negros, en 1929. La narrativa borgeana nomina a la rumba El Manisero, a la habanera (madre del tango). Un arcoíris de temas varios dan alegoría y fuerza vital a la negritud condenada como raza con desprecio clasista reivindicada desde los estudios culturales del siglo pasado. Las lecturas enciclopédicas, las obras clásicas, la prosa narrativa de los novelistas británicos Stevenson y Chesterton, que emprendió desde su niñez con mucha avidez (solo se universalizó su grandeza a los 60 años), le llevaron a resemantizar el cuento del bandido John Murell de Mark Twain, que operaba en las inmediaciones del río Mississippi; para Borges era “el sórdido Jordán”.

Fuentes

https://es.wikipedia.org/wiki/El_atroz_redentor_Lazarus_Morell

http://www.cervantesvirtual.com/obra—visor/borges—y—hernandez—el—sueno—y—la—memoria/html/b1a95fdc—a0f8—11e1—b1fb—00163ebf5e63_3.html

Notas

[1] El cuento del escritor argentino Jorge Luis Borges (1935) en su libro Historia universal de la infamia.

[2] Matar a un hombre (venganza por el asesinato de su hermano), contemplar su agonía, limpiar el cuchillo en el pasto y alejarse despaciosamente forman parte de un ritual definitorio. Este asesinato es en esencia lo único que del Martín Fierro parece haber conmovido a Borges. La escena aparece recurrentemente en su obra.

 

 

 


Mayra Aguirre Robayo. Columnista de La Hora, docente universitaria (UTE), periodista, socióloga, crítica de cine y crítica literaria.

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