Por Fernando Endara I.
“Perfume del clavo, color de canela, yo vine de lejos, a ver a Gabriela”.
Tonada de la zona del cacao
“Esta historia de amor -por curiosa coincidencia, como diría doña Arminda- comenzó el mismo día claro, de sol primaveral, en que el hacendado Jesuino Mendonça acabó, a tiros de revolver, con Doña Sinhazinha Guedes Mendonça, su esposa, personalidad ilustre de la sociedad local, morena tirando a gorda, muy dada a las fiestas de la iglesia, y con el Doctor Osmundo Pimentel, dentista llegado a Ilhéus hacía pocos meses, mozo elegante con pretensiones de poeta…”.
Jorge Amado

Gabriela, clavo y canela es una inolvidable historia de amor, la crónica de un pueblo brasileño en los albores del progreso: Ilhéus, capital del cacao, en el estado de Bahía, en 1925. Tiempos agitados, de convulsiones y cambios, de debates y afrentas, de tradición y vanguardia. Jorge Amado pasó su niñez en Ilhéus, conoció los avatares del auge del cacao, comprometido con su ideología política, escribió varias novelas de corte social. En 1958 sorprendió al mundo, brindó un extraordinario cuadro de costumbres: una obra romántica con enredos políticos, que supera las limitaciones de la literatura de corte social y que constituye una de las mejores y más clásicas novelas brasileñas. Amado pinta una ciudad entera, con sus calles y su gente, sus plazas y sus parques, sus bares y cabarets, sus olores y sabores, la vida cotidiana y los sueños de los hombres y mujeres del cacao. Su pluma es encantadora, voluptuosa, candente, prolija, embriagadora, envuelve al lector para llevarlo a las viejas calles de Ilhéus, a tomar un aperitivo en el bar Vesubio del árabe Nacib.
Ilhéus fue levantada con sangre y balas, en la época de los barullos llegaron los “coroneles”: bandidos, forajidos, buscapleitos, desempleados, campesinos que sabía matar y plantar. Hubo enfrentamientos y muertes, desmanes y confusión, los linderos se establecieron fulgurantes, las propiedades se legalizaron por la fuerza, el cacao creció en abundancia. Estos bandoleros se convirtieron en señores de la tierra, terratenientes, coroneles, poderosos amos y señores de la vida en Ilhéus, entregaron el poder a don Ramiro Bastos, agradecieron a San Jorge por las lluvias, aprovecharon la zafra, exportaron su producto: el progreso llegaría tarde o temprano.
La población creció de manera exponencial, llegaron centenares de personas en busca de bonanza y de fortuna, los coroneles establecieron su abolengo, consolidaron el dominio político, establecieron costumbres para regir sus vidas y su ley. El crecimiento económico trajo la modernización, la trasformación técnica, el paso de la barbarie a la civilización; sin embargo, las arcaicas costumbres son difíciles de erradicar en los pueblos. Mundinho Falcao, exportador de cacao, hermano de senadores, amigo de ministros, aparece en Ilhéus, huyendo de amores y de penas, invirtiendo su dinero, construyendo avenidas en la playa, invirtiendo en una empresa de autobuses, colaborando para la creación del diario local. Los progresistas: el doctor, el capitán y el abogado consideran a Falcao su líder, un hombre con una visión política acorde a los tiempos, administrador eficaz, elocuente conversador, exitoso empresario. Mundinho se convierte en el rival político del anciano Bastos, los habitantes tomarán sus bandos y determinaciones: una ciudad sumida en un conflicto: la tradición o el progreso. Jorge Amado dibuja tantos y tantos personajes, que la ciudad vibrante misma es otro personaje, las situaciones son tan reales que se vuelven maravillosas, sus alcances son tan sencillos que se vuelven universales.
Son las mujeres de la novela las que trastocan las costumbres y llevan al pueblo al progreso. En la primera aparición de Gabriela, Jorge Amado paga sus deudas a los personajes femeninos: apenas un guiño o un estereotipo en sus novelas anteriores. Aquí desfilan todo tipo de mujeres, la mayoría de ellas oprimidas por la violencia machista y estructural de la sociedad de aquel entonces. Para las mujeres de Ilhéus había 4 opciones: esposas, confinadas al reducto doméstico, obedientes reproductoras, madres abnegadas y esclavas de sus coroneles; amantes, mancebas o mantenidas de los poderosos de la ciudad, que a cambio de su cuerpo y de su gracia, recibían casas, ropas, joyas o lujos, confinadas también, a los caprichos de su amante, victimarias de su juventud y coquetería; solteronas entregadas a la iglesia, a la confección del pesebre con las hermanas Dos Reis, al cuchicheo cotidiano, al habituado rumor; mujeres de la vida, en prostíbulos y cabarets, sobreviviendo, compartiendo en su lecho a obreros y patrones. Pero no todas las mujeres de Amado encajarán en esos moldes, algunas buscarán intersticios para escamotear las costumbres y la ley. Ofenisia, enamorada de Pedro II; Gloria, la alegría visual de los ciudadanos de Ilhéus, que, entregada a su voluptuosidad, lo tendrá todo: coronel que la mantenga y licenciado para los lances del amor; Malvina, hija del temible coronel Melk, inconforme con las opciones que le ofrece su panorama adolescente, escapa de las garras de su padre y de ese infierno de hipocresía donde un hombre tiene centenares de amantes, mientras una mujer recibe un tiro por la mínima infidelidad, para establecerse en Sao Paulo, donde trabaja en una oficina, vive sola y estudia por la noche; Jerusa, nieta de los Bastos, conciliadora de opuestos, de los viejos y los nuevos valores, de los ricos y los pobres, de lo permitido y lo prohibido; y Gabriela, «¿Para qué explicar? Nada deseo explicar, porque explicar es limitar. Es imposible limitar a Gabriela, disecar su alma […] De ella pueden enumerarse cualidades y defectos, pero explicarla, jamás. Hace lo que ama, se niega a lo que no le agrada. No quiero explicarla. Me basta con verla, con saber que existe»
“Gabriela, hecha de canto y baile, de sol y luna, de clavo y canela”, es el personaje más seductor de la novela, extraordinaria artista de la cocina bahiana, arrebatada e impetuosa en el amor, tierna e ingenua en la guerra. Gabriela representa la libertad, venida del sertao, retirante, harapienta, consigue instalarse de cocinera de Nacib el árabe brasileño, en reemplazo de Filomena, la vieja cocinera que se mudó Agua Preta donde un hijo prosperaba, dejando a Nacib en apuros, el mismo día que el coronel Jesuino mató a tiros a su esposa. El eros y la pasión surge pronto en la pareja, el amor es pendenciero y eterno: cambian las pasiones, el amor es el mismo. La ciudad entera se rinde ante los pies de Gabriela, las mujeres, criticonas en principio, se vuelven sus amigas; los hombres la persiguen, ofrecen, prometen, alagan. Para Gabriela, poca cosa significa los lujos o el dinero, sigue únicamente el palpitar de su corazón. Nacib propone matrimonio, a Gabriela no le gusta el trato, acepta, sin embargo, para no entristecerlo, “es que es tan bueno”. La pareja ingresa al círculo vicioso de las convenciones sociales de un matrimonio de bien, él debe ser celoso y autoritario, ella debe cambiar sus trusas y chinelas por vestidos y zapatos, su fuego en la mirada y su desenvuelto caminar por la cárcel del hogar familiar, las fiestas populares y los circos por lo actos de sociedad, la alegría de vivir por el triste vivir del pueblo de Ilhéus. Es que Gabriela, como una flor arrancada y colocada en el florero, pronto marchitó.
Gabriela y Nacib sobreviven a la hecatombe: la infidelidad femenina. “Cosa más tonta, que no tenía explicación: por qué los hombres sufrían tanto cuando la mujer con la que se acostaban, se acostaba también con otro”. Nacib aguanta el peso de las leyes, se niega a matar a Gabriela y a su amante como era su derecho, encuentra con Juan Fulgencio, prudente librero de la ciudad, una solución razonable y con honor. Gabriela, clavo y canela es una novela total, una cúspide de la literatura Latinoamericana, una aventura inolvidable por el mágico Brasil del cacao de 1925. Una obra que es una fiesta de los sentidos, del sexo esplendoroso, del buen comer, del gozo de vivir. Una novela en donde triunfa la razón, la tolerancia y el placer, que entiende que los cambios sociales no se producen con máquinas y tecnologías, sino cuando se modifica la vida cotidiana de la gente, sus hábitos y costumbres; que conceptualiza al progreso como la senda para un mundo más justo y menos violento; que comprometida, no cae en los vicios de la literatura de denuncia, sino que propone una alternativa para sobrellevar las miserias humanas del continente, enfrentándose al machismo y la hipocresía. Una novela que nos lega un personaje inolvidable, ícono literario de la mujer brasileña y latinoamericana, Gabriela es sencillamente libertad, “¿Qué es lo que tenía? ¿Cómo iba a saberlo? Pero alguna cosa tenía, algo que hacía imposible olvidarla. ¿El color de canela? ¿El perfume de clavo? ¿El modo de reír? ¿Cómo iba a saberlo? Un calor tenía, que quemaba la piel, quemaba por dentro, como una hoguera”. “El amor, no se prueba ni se mide, es como Gabriela”
“Algún tiempo después, el ‘coronel’ Jesuíno Mendonza fue llevado ante el tribunal, acusado de haber matado a tiros a la esposa, doña Sinházinha Guedes Mendonga, y al cirujano-dentista Osmundo Pimentel, por celos. Veintiocho horas duraron los agitados debates, a veces sarcásticos, a veces violentos. Su tema fue la civilización y el progreso. Por primera vez en la historia de Ilhéus, un «coronel» del cacao se vio condenado a prisión por haber asesinado a la esposa adúltera y a su amante.”
Jorge Amado
Fernando Endara I. Comunicador social. Magíster en Investigación en Antropología por la FLACSO-Ecuador. Director, libretista y productor del programa radial “Antropología en 35 mm” emitido por http://www.flacsoradio.ec