Los misterios revelados | Daniel Verón

Daniel Verón

(Colaboración especial para Máquina Combinatoria desde Argentina)

 

¿Existirán aún en perdidas y secretas bibliotecas a lo largo del mundo textos referentes al saber de las primeras edades del mundo? Tal vez sea demasiado pedir, pero ¿no habrá, al menos, transcripciones, de viejos manuscritos que nos podrían revelar gran parte de lo que estamos tratando de descubrir en el fondo de la historia? ¿Crónicas referentes a la llegada de seres extraterrestres, a la práctica de ritos mágicos, al saber de ciencias olvidadas?

Página del Manuscrito Voynich (Fuente: https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Voynich_Manuscript_(141).jpg)

Leamos lo que nos dice David Kahn, especialista en criptografía: “El manuscrito Voynitch es, quizá, una bomba colocada debajo de nuestros conocimientos y que estallará el día en que se consiga descifrarlo. Se trata de un libraco mágico de la Edad Media, redactado, supuestamente, por Roger Bacon, en una lengua desconocida que tal vez sea un código de su invención. Hacia 1580 fue obtenido por el duque de Northumberland gracias a sus numerosos saqueos a monasterios y quien habría de entregarlo al mago John Dee, que llevó a cabo un minucioso estudio del mismo. Más tarde, este lo regaló al emperador Rodolfo II, alquimista, astrónomo y protector de Tycho Brahe y Kepler. Posteriormente, en el siglo XVII llegó a manos de Marci, rector de la Universidad de Praga, el que, a su vez, lo envió por “correo” a Atanasio Kirscher el 19 de agosto de 1666, según los documentos hallados. Sin embargo, Kirscher no obtuvo nada de él y lo dejó en poder de la Orden de los Jesuitas. Dos siglos y medio después, en 1912, el anticuario Wilfred Voynitch lo compró a la Universidad Jesuita de Mondragone Frascati, en Italia, y repartió copias por todo el mundo. Los dibujos de la obra fueron interpretados como nebulosas espirales, plantas desconocidas y el cielo alrededor de Aldebarán y las Hiades”. Y cabe preguntarse: ¿se trata de un manuscrito de procedencia extraterrestre o ha sido recopilado según la ciencia de pueblos antiquísimos?

Según Khan, en 1921, William Newbold, decano de la Universidad de Pennsylvania y asesor del centro de espionaje norteamericano sobre criptografía, creyó haber descifrado parte del manuscrito, pero, luego de algunas páginas, la clave de la lengua cambiaba y Newgold, que murió cinco años después (y sostenía que Bacon debió haber tenido conocimientos muy superiores a los nuestros) no pudo completar su trabajo. Lo mismo sucedió con el propio Voynitch, muerto en 1930. Su mujer lo conservó exactamente treinta años más, hasta su fallecimiento, en que sus herederos lo cedieron al coleccionista Hans P. Kraus de la ciudad de Nueva York. Este lo puso en venta por 160.000 dólares a pesar de que faltan 28 de las 204 páginas originales. Estuvo mucho tiempo a la espera de quien ofreciera esa cantidad y aún no se sabe qué sucedió.

Tal vez no se trata más que de un compendio de fórmulas antiguas fuera de uso, pero también pudiera tratarse de un documento único de valor excepcional. Eso solo lo sabremos el día que un especialista logre descifrarlo en su totalidad.

Hablemos de otro Libro Sabio, el Talmud o Mischna, nombre este que significa “Repetición de la Ley”. Según parece, se lo debemos al rabino Judah (135-220 de nuestra Era), quien obtuvo del emperador romano Antonino un permiso para llevar a cabo un concilio en el que interviniesen los rabinos más sabios de la época, todo ello con el objeto de poner por escrito todos los elementos de jurisprudencia hebraica, así como las opiniones sobre la interpretación de las “Reglas de Deberes” y de los cinco primeros libros del Antiguo Testamento, cuyo conjunto es llamado “Tora” por los israelitas. Esta fue la obra denominada como “Mischna”. Hacia el año 500, otros rabinos le añadieron diversos escritos más con el nombre de “Guemara” (“Complemento”), así que el “Mischna” y “Guemara” unidos formaron el clásico “Talmud”, aceptado por la mayoría de los judíos excepto los caraítas quienes, rechazando la doctrina ortodoxa de los rabinos, solo aceptaban la Biblia. Así, por ejemplo, existe un antiguo dicho hebreo que dice: “La Biblia se parece al agua, el Mischna sabe al vino y la Guemara posee el gusto del vino aromático”.

Talmud (Fuente: https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Rashi%27s_Talmud_Commentary.jpg)

El Talmud (“Instrucción”) se convirtió, pues, en un grueso mamotreto de catorce volúmenes, recopilación de leyes, crónicas, dogmas religiosos, estudios de metafísica y cosmogonía, etc., además de ser considerado como un libro fundamental para la Magia, en especial según Eliphas Lévi. Por su parte, otro estudioso ocultista ha dicho lo siguiente: “Todo aquello que tenga que ver con la Naturaleza, con la creación y las facultades del alma, todo aquello que concierne a la vida futura, la doctrina de la inmortalidad, la metempsicosis, la resurrección, el Juicio Final, todo lo que concierne a la remuneración o el castigo en ultratumba, a la eternidad de los castigos, al Infierno o al Paraíso, a los Ángeles y Demonios, es objeto de innumerables discusiones por parte de los maestros del Talmudismo”. También contiene, es cierto, muchos pasajes contrarios al cristianismo ya que sostiene, entre otras cosas, que Jesucristo no es el Hijo de Dios sino un judío apóstata, traidor y hereje. Esto hizo que, en 1240, San Luis, el Rey de Francia, a pedido del Papa Gregorio IX convocara una comisión extraordinaria presidida por cuatro rabinos para estudiar el caso, y quienes, finalmente, se mostraron contrarios a su difusión, tanto por ir en contra de la moral como contra la Iglesia. Muy pronto fue prohibida la tenencia del “Talmud” en toda la vieja Galia. En 1286, a instancias de Honorio IV, el arzobispo de Canterbury impuso igual medida en tierras insulares. En la segunda mitad del siglo XVI, la Santa Sede la condenó abiertamente como una obra maléfica, y varias veces el extraño libro fue anatemizado según decretos refrendados por Julio III en 1553 y1599. Tan solo el pontífice Pío IV permitió que la obra fuese reimpresa, aunque omitiendo su nombre. Esto no es demasiado raro teniendo en cuenta que, después de todo, el Talmud sostiene que la Magia es de carácter satánico, debido a que Dios habría creado a los demonios un viernes por la noche, es decir, cuando se aproximaba el sábado, por lo cual no tuvo tiempo de otorgarles un cuerpo con forma. Los creó con dos elementos juntos, o con uno a la vez, aire o tierra solamente. Sus espíritus fueron formados de una materia “que se halla debajo de la Luna y que no sirve para nada”. Pero –según el Talmud– los demonios comenzaron a tener tratos con los hombres apenas Adán y Eva fueron arrojados del Paraíso, cuando ambos se abstenían de tener descendencia para no perpetuar su culpa. El problema fue “solucionado” a lo largo de 130 años en que un “súcubo” (demonio femenino) llamado Lilith, tuvo relaciones sexuales con Adán, del mismo modo que otros engendros masculinos copulaban con Eva.

Pero este libro del que nos estamos ocupando también constituye una importante recopilación de datos sobre demonología. Indica, por ejemplo, que los malignos Asa y Asael, residentes en las montañas situadas al oeste de Jerusalén, fueron quienes enseñaron la magia a Balaam, Job y Jetro, y que gracias a los cuales podía Salomón reinar sobre los pájaros y los demás demonios, como así también logró recibir la visita de Balkis, la famosa reina de Saba.

Como es de imaginar, abundan también las indicaciones antidiabólicas que tanto habrían de difundirse posteriormente (como el evitar estar solo en un lugar desértico con la Luna en menguante, etc.). A ciertos talmudistas se les atribuyen actos de Magia, entre ellos el rabino Janmai, que cambió el agua en escorpiones y que transformó a una mujer en asno, sobre el cual montó para acudir al mercado.

Desde los tiempos de la célebre Madame Blavatsky (1831-1891) es mucho más conocido el extraño Libro de Dzyan, que sería uno de los escritos más antiguos de la humanidad y del que más adelante hablaremos en detalle. El mismo se refiere a la existencia de una raza de gigantes que pobló la Tierra en la Era Secundaria, los “señores de la faz resplandeciente”, pero que luego se marcharon de regreso a su “país de hierro y de metal” –que algunos han creído identificar con Marte– en carros voladores movidos por la luz, retirando sus conocimientos a los hombres impuros y borrando por desintegración las huellas de su paso.

Continuemos el repaso. En otro lugar hemos hablado del curiosísimo manuscrito Troano que relata el cataclismo que acabó con la tierra de Mu. Tal vez el manuscrito en sí mismo no es muy antiguo, pero la tradición de semejante suceso forzosamente debe contar con varios milenios de repeticiones.

La Magia cuenta con varios libracos más, de los que virtualmente no existen copias, y todos ellos escritos en un lenguaje hermético y muy poco conocido, pero es indudable que tales libros existen; sobre este problema volveremos también más adelante. Leer e interpretar, por su parte, todos los numerosos apócrifos de la Biblia llevaría mucho tiempo, aunque sería un trabajo fascinante e inédito, que nosotros hemos decidido llevar a cabo y, a medida que avancemos en el trabajo, publicaremos nuestras conclusiones.

¿Hallaremos algún día, en la Biblioteca del Vaticano o en alguna otra menos conocida, alguna copia única de textos cuyos originales fueron quemados o destruidos hace siglos en las bibliotecas de Rodas, Cartago o Alejandría? ¿Existirá en alguna parte una “Universidad de Miskatonic”, como la imaginada por H.P. Lovecraft, donde se conserven escritos demoníacos de una antigüedad incalculable, que contengan crónicas de misteriosas civilizaciones?

La hermenéutica o estudio de los textos sagrados es, en verdad, una disciplina fascinante. Es así cómo logramos establecer que los antepasados de la raza aria, madre de todos los pueblos blancos de la Tierra, no habían nacido en esta, sino en –las vecindades de– una estrella de la Vía Láctea. En los “Vedas” leemos, acerca de Aryaman, el primero de nuestros antepasados: “El camino de Aryaman es el camino que va de una estrella a la Tierra”. Notable, ¿verdad?

Pero queremos más. Queremos textos que sean aún más específicos.

Estábamos hojeando distraídamente el volumen de Antología de la Literatura Fantástica (Editorial Sudamericana, 4ª edición, 1971) recopilación de Jorge Luis Borges, Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares, cuando nos encontramos con un sorprendente cuento: “Tlön, Uqban, Orbis Tertius” del propio Borges, en el cual se relata una curiosa historia que pasaremos a comentar, ya que creemos que constituye un buen ejemplo de lo que estamos buscando.

“En marzo de 1941 – escribe Borges en un apéndice – se descubrió una carta manuscrita de Gunnar Erfjord en un libro de Hinton que había sido de Herbert Ashe. El sobre tenía el sello postal de Duro Preto; la carta elucidaba enteramente el misterio de Tlön. Su texto corrobora las hipótesis de Martínez Estrada. A principios del siglo XVII, en una noche de Lucerna o de Londres, empezó la espléndida historia. Una sociedad secreta y benévola (que entre sus afiliados tuvo a Dalgarno y después a George Berkeley –obispo y filósofo irlandés que se propuso consolidar el teísmo por medio de su “Crítica a la materia”, y que vivió de 1684 a 1753 –) surgió para inventar un país. En el vago programa inicial figuraban los ‘estudios herméticos’, la filosofía y la cábala. De esa primera época data el curioso libro de Andreä. Al cabo de unos años de conciliábulos y de síntesis prematuras, comprendieron que una generación no bastaba para articular un país. Resolvieron que cada uno de los maestros que la integraban eligiera un discípulo para la continuación de la obra. Esa disposición hereditaria prevaleció; después de un hiato (interrupción) de dos siglos la perseguida fraternidad resurge en América. En 1824, en Memphis (Tennessee) uno de los afiliados conversa con el ascético millonario Ezra Buckey. Este lo deja hablar con algún desdén, y se ríe de la modestia del proyecto. Le dice que en América es absurdo inventar un país y le propone la invención de un planeta. A esa gigantesca idea añade otra, hija de su nihilismo (Buckley era librepensador, fatalista y defensor de la esclavitud): la de guardar en el silencio la empresa enorme. Circulaban entonces los veinte tomos de la Encyclopedia Britannica. Buckley sugiere una enciclopedia metódica del planeta ilusorio. Les dejará sus cordilleras auríferas, sus ríos navegables, sus praderas holladas por el toro y por el bisonte, sus negros, sus prostíbulos y sus dólares, bajo una condición: ‘La obra no pactará con el impostor Jesucristo’. Buckley descree de Dios, pero quiere demostrar al Dios no existente que los hombres mortales son capaces de concebir un mundo. Buckley es envenenado en Batón Rouge en 1828; en 1914 la sociedad remite a sus colaboradores, que son trescientos, el volumen final de la Primera Enciclopedia de Tlön. La edición es secreta; los cuarenta volúmenes que comprende (la obra más vasta que han acometido los hombres) serían la base de otra más minuciosa, redactada no ya en inglés, sino en algunas de las lenguas de Tlön. Esa revisión de un mundo ilusorio se llama provisoriamente ‘Orbis, Tertius” y uno de sus modestos demiurgos fue Herbert Ashe, no sé si como agente de Gunnar Erfjond o como afiliado. Su mención de un ejemplar del Onceno Tomo parece favorecer lo segundo”. A esto Borges añade ciertos comentarios acerca de que algunos elementos del universo de Tlön se han mezclado en nuestra realidad.

“Se menciona también que en el volumen XLVI de la “Anglo-American Cyclopaedia” (reimpresión de la décima edición de la “Encyclopaedia Brittannica”) se hace referencia a esta singular utopía como la “Tierra de Uqbar”. A su vez, como bibliografía citaré a cuatro viejos libracos, entre los que figuran, por ejemplo: “History of the land called Uqban” (1879) de Silas Haslom (autor también de “A general history of the labyrinthes”), y “Lesbare und iesenswerthe Bemerkungen ciber das Land Ukkbar in Klein-Assen” (1641), obra de Johann Valentinus Andreä, el teólogo alemán autor de famosas obras rosacruces”.

Continuemos: “Hacia 1944, un investigador del diario ‘The American’ (de Nashville, Tennessee) exhumó en una biblioteca de Memphis los cuarenta volúmenes de la Primera Enciclopedia de Tlön. Hasta el día de hoy se discute si ese descubrimiento fue casual o si lo consintieron los directores del todavía nebuloso ‘Orbis, Tertius’. Es verosímil lo segundo. Algunos rasgos increíbles del Onceno Tomo han sido eliminados o atenuados en el ejemplar de Memphis; es razonable imaginar que esas tachaduras obedecen al plan de exhibir un mundo que no sea demasiado incompatible con el mundo real…”

Pensemos en cuántos otros Tlön puede haber aún en el mundo: manuscritos sobrevivientes de diluvios, guerras y persecuciones. “Ahora tenía en las manos un vasto fragmento metódico de la historia total de un planeta desconocido, con sus arquitecturas y sus leyendas, con el pavor de sus mitologías y el rumor de sus lenguas, con sus emperadores y sus mares, con sus minerales y sus pájaros y sus peces, con su álgebra y su fuego, con su controversia teológica y metafísica. Todo ello articulado, coherente, sin visible propósito doctrinal o tono paródico.”

 

 


Daniel Verón (Buenos Aires, 1957). Escritor argentino, autor de obras de fantasía y ciencia ficción entre cuentos y novelas. Sus obras recientes representativas son: La exploración del universo (Tahiel, 2018) y Nuestros días en el sistema solar: más allá de Júpiter (2018).

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