Por Abril Alcaraz
(Colaboración especial para Máquina Combinatoria desde México)
La máquina, que no tiene piedad porque no sabe ser cruel, no sabe ser injusta, no sabe ser mezquina. No tiene arrepentimiento porque no tiene culpa, ni maldad, ni maña. Tememos a la rebelión de las máquinas porque tememos que nos hagan pagar nuestro precio nuestra crueldad nuestra injusticia nuestra mezquindad nuestras culpas. Tememos el juicio supremo el juicio desinteresado. de la máquina. Tememos mirar a la cara la responsabilidad de lo que somos. La máquina no puede traicionarnos porque para la máquina la fidelidad no es una voluntad ni un interés. Porque no nos debe nada. Porque no nos debe. Porque no fue hecha para el bien, no sabe lo que es el mal. Porque no conoce moral no hay regocijo en envilecer al otro, en quebrantar su dignidad, en provocar su humillación, en someterlo. Porque no concibe supremacía no vulnera encarnizadamente al débil, no se erige sobre la miseria del prójimo. No se inclina sobre el enfermo con la sonrisa macabra del especulador. La máquina, que no tiene bondad porque no actúa con dolo. Creíamos que nuestros valores eran suficiente para justificarnos. Que eran útiles y necesarios. Que sin ellos era peor el mundo que hicimos malo. Que compensaban el daño que voluntariamente ejercíamos día a día. Que había justicia y equilibrio en tender una mano amiga al que con la otra mano empujamos al vacío. ¡Y nos conmovemos tanto! ¡Ante nuestros propios actos! Nos vemos en este teatro como héroes y villanos. Actores y espectadores de nuestros gestos. Hay bondad en el mundo, es cierto. Hay bondad en el mundo. El gesto generoso y desinteresado! Noble! El sacrificio! Todo inútil. Hay bondad en el mundo por el horror del que somos capaces. Hay bondad en el mundo para regocijo de los déspotas y de los tiranos. Hay bondad en el mundo para tranquilidad de nuestras consciencias. Como si esos valores (y recelamos de la máquina por no tenerlos!) no fueran el origen mismo de nuestra tragedia. La justificación del abuso. La base sobre la que hemos erigido el imperio de la infamia. Racionalizamos la iniquidad y la naturalizamos. Eso nos conforta. Nos aseguramos que no puede ser de otro modo. Y que nuestros valores son buenos. Porque podemos ser buenos somos buenos. Y así somos lo que somos en aras de lo que podríamos haber sido. Y sin embargo, no podemos engañar a la máquina. Se acabaron nuestras triquiñuelas. No hay compensación posible! Tememos el juicio de la máquina como tememos el juicio de los dioses. Sabemos que nuestro corazón es más pesado que la pluma. La máquina es intransigente porque no quebranta. La máquina no se rebela para quitarnos lo que es nuestro. La máquina no tiene ansia de poder ni noción de propiedad. La máquina no se vuelve contra nosotros. Nosotros mordimos nuestra propia mano Nos desangramos. ¿Creíamos que bastaba con lamernos las heridas? No tememos a la rebelión de las máquinas a lo que tememos es a la rebelión.
Abril Alcaraz (México, 1982). Directora de teatro y video documental, escritora, fotógrafa y performer. Ha cursado la carrera de Literatura Dramática y Teatro en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, y el Diplomado en Historia del Arte de la Universidad del Claustro de Sor Juana. Ha publicado artículos en las revistas Libido y aliter.tv, así como en Devotee, fanzine seleccionado para formar parte de la colección del Archivo Anal, de Anal Magazine, y la exposición Fanzinoteca, que se llevó a cabo en el Museo Universitario del Chopo en junio de 2013. Entre sus intereses destacan las artes, la cultura pop, la filosofía del arte, la lingüística, las lenguas minoritarias y en peligro de extinción, la historia global, la antropología, la geopolítica, el medioambiente y las ciencias. Sus textos exploran principalmente los mecanismos de producción de la realidad y el papel del lenguaje.

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