La librería | María Dolores Cabrera

Por María Dolores Cabrera

(Colaboración especial para Máquina Combinatoria)

Efraín, joven sencillo vestido con jean, chaqueta de algodón y una mochila negra que cuelga del brazo. Bajo de estatura, callado y un poco retraído. Llega temprano en la mañana y levanta la cortina metálica que protege la puerta de madera de la librería Las Luciérnagas. Inserta la llave en la cerradura y abre. Ahí está su modesto y gigante mundo. Sonríe. Siempre lo hace al ver de nuevo las estanterías llenas de ejemplares coloridos, brillantes como aquellos bichitos que destellan en la noche. Compendios llenos de historias, de relatos, de poesías, de crónicas y cuentos. Son sus compañeros de vida, sus amigos, sus confidentes y cómplices. Son portales abiertos hacia universos colaterales, hacia impensables aventuras en las que puede atravesar el cosmos, surcar los mares, cruzar desiertos o descender a las profundidades del infierno.

El espacio no es muy grande, pero consiguió llenarlo con esfuerzo, con entusiasmo. Suspira. Ahí están esperándole sus dos helechos y su enredadera. También, al lado de la butaca, un par de pequeños muebles de madera con sus respectivas lámparas para facilitar las lecturas. Una alfombra de rombos azules frente al sofá y en el extremo posterior de la librería una mini cafetería. La caja registradora y la cafetera están sobre el mostrador que guarda trastos, copas y un par de botellas de vino. Delante, tres mesas coloridas de metal con cuatro sillas cada una.

Efraín amó la lectura desde que era un niño. El permanecer en la biblioteca que el padre tenía en la casa, copaba su tiempo y en vez de jugar como los otros chicos de su edad, revisaba a lo largo de varias horas, el contenido de los ejemplares que tenía su padre y cuando este murió, la madre supo que los libros de su esposo serían para Efraín. Su sueño era llegar a tener una librería y lo logró. Empezó en el garaje de la casa. Escogió los volúmenes más apropiados de la biblioteca y los acomodó. Usó los mismos libreros del padre. Luego, con la ayuda de un amigo, publicitó el lugar. Al principio, era solo un pasatiempo, pero luego comenzó a aceptar a consignación, publicaciones de autores locales. Instaló una repisa con dos bancos y ofrecía café y panecillos o rosquillas con queso. Poco a poco lo conocieron en el barrio y luego en la ciudad que era chica, le preguntaban por títulos de libros más contemporáneos, entonces decidió comprarlos para aumentar su stock. La librería se hizo popular y se convirtió en el punto de reunión de personas amantes de los textos y del café. Instaló el sillón para lectura y permitió que las personas lean, aunque no compren, pero el espacio quedaba muy chico para el propósito, así que rentó un sitio un poco más grande y mudó la librería.

Ahora, presentaciones de libros y tertulias literarias, mejoran sus ingresos y la Librería Las Luciérnagas, no deja de progresar.

En las horas en las que no hay clientes, Efraín lee solo. Ingresa en el mundo de cualquier historia para vivirla como un protagonista más. Respira el mismo aire de los personajes. Huele los aromas del ambiente de cada escenario. Vive su pasión.

Efraín, gracias a la novela del escritor francés Gustave Flaubert, caminó por las calles de un pueblo del siglo XIX, se vio a sí mismo vestido como Rodolphe Boulanger y se animó a experimentar el romance prohibido con Emma Bovary.

En la maravillosa historia de la escritora Marguerite Yourcenar, sufrió la angustia de Alexis al experimentar ese terrible miedo a ser juzgado y condenado por una sociedad injusta y cruel que no perdona una condición sexual diferente y sintió que fue él quien escribió la carta a Mónica.

Efraín existió dentro de La casa tomada, de Cortázar, y fue el hermano de Irene. Compartió con ella la incertidumbre y el temor que ahí se vivió.

Clarice Lispector, con su novela La hora de la estrella, le permitió conocer el tono de voz de Macabea. La miró y constató al tenerla frente a frente, su sencillez, su simpleza y su bondad.

Efraín descubrió entre las páginas de El Principito, el verdadero valor de la lealtad y de la amistad.

García Márquez le invitó a visitar el fantástico pueblo de Macondo. Allende lo sumergió en La casa de los espíritus, en donde pudo disfrutar y compartir los lujos de la familia Del Valle.

Bryce Echenique le permitió sentir en carne propia la realidad de las marcadas diferencias sociales, incluso desde la mirada de un niño en Un mundo para Julius.

Efraín envejeció enamorado de Soledad Urdaneta tal como lo hizo Joan Dolgut en El penúltimo sueño, historia de amor escrita por Becerra,y disfrutó extasiado, de la maravillosa melodía: “Tristesse” de Chopin.

Sintió el ataque a Santiago Nasar como propio en Crónica de una muerte anunciada, y perdió la vista en Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago.

Vivió en la prisión de Juan Pablo Castel y logró entender la perturbación que lo llevó a matar a María Iribarne, en El túnel, de Ernesto Sábato.

El muchacho ha leído a Borges, a Pablo Palacio, a Lessing y también los cuentos de Julio Riveiro. A Millas, a Elena Poniatowska y a Harwicz.

Ha leído a Patrick Süskind, a Virginia Wolf y los poemas de Pizarnik. A Ray Bradbury, a Víctor Hugo y a Verne. Conoce el infierno de Dante Alighieri en La Divina comedia, pero también paraísos y mundos de ciencia ficción.

No importa la época ni las nacionalidades de los autores o si son obras clásicas o contemporáneas. Intercala tiempos modernos con antiguos y pasado con presente. Fantasía con realidad.

Sería interminable nombrar el recorrido de Efraín por estos mundos. Cientos de lecturas.

Cuando termina el día, sale de Las Luciérnagas, cierra con llave la puerta de madera y baja la cortina de metal. Pone los candados y se marcha a casa con uno o dos libros en su mochila negra.

Al alejarse del barrio, la gente que no lo conoce tanto, lo ve como un muchacho simple y corriente que camina todos los días por la misma vereda con su jean y su chaqueta de algodón. Debe tener una vida muy sencilla, piensan. Una existencia monótona, triste, sin pareja, sin aventuras ni pasatiempos. No tiene profesión y se ve que es de escasos recursos económicos. Pobre, no podrá salir de su entorno y de su medio. Para alguien así, no debe ser fácil viajar por el mundo y conocer su vasta diversidad de culturas y costumbres, pero Efraín ha recorrido la tierra, ha visitado a gente de todo el planeta y no solo del presente sino del pasado y hasta del futuro. Domina pensamientos, sentimientos y emociones del género humano. Mundos reales e inventados. Efraín se traslada en el tiempo. Vive. Muere y a veces resucita. Ama y odia como los personajes y los protagonistas de las obras. Sufre y experimenta episodios de verdadera felicidad y plenitud. Sin embargo, frente a los ojos de la mayoría, se ve apenas como una sombra mustia que se pierde misteriosa e insignificante por las callejuelas semi oscuras de una ciudad pequeña y silenciosa.

Efraín llega a su departamento, come algo y antes de dormir, lee.


María Dolores Cabrera (Quito, 1962). Estudia en su ciudad natal y en 1984, egresa de la carrera de Psicología Clínica. Posteriormente, ingresa como miembro del Taller Literario conducido por Abdón Ubidia, destacado escritor ecuatoriano. Luego, años más tarde en 1998, publica su primer libro de doce cuentos titulado Mas allá de la piel; en el año 2010, un segundo libro, también de doce cuentos: De nuevo tus ojos. En el 2012 presenta su primera novela, Te regalo mi cordura; en el año 2016, una nueva novela con el título Cuando duermen los Jilgueros, en el 2018, la novela: Pinceladas (Bosquejo de un trastorno). Recientemente ha retomado el cuento con Siempre de azul (2021).


Foto portada tomada de: https://bit.ly/3C84VH2

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Un comentario en “La librería | María Dolores Cabrera

  1. Excelente texto narrativo mi querida María Dolores, me transporté a ese mundo imaginario y recorrí esos «lugares» qúe no conozco en realidad. Muy gratificante tu historia a traves de la palabra, con los libros como personajes que te envuelven, crean y recrean. Abrazos.

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