Por Víctor Arias
(Colaboración especial para Máquina Combinatoria)

El problema con los iconoclastas es que nunca se sabe a dónde van, ni hacia dónde disparan. Logran atraparte en sus locuras, con ese lenguaje que tiene ganchos ocultos. Sus personajes son claros, pero hay que darles la vuelta para entenderlos. Aclaro que el misterioso no es el uso de los giros, no, es el diseño del personaje, el lector debe poner de su parte, y esa es la riqueza de la literatura.
Algunos personajes, aparecen como fantasmas, pero son seres reales, diríamos que sencillos de entender como el matón de barrio. No está oculto el periodista que generalmente es el narrador, pero no siempre es el autor. Al narrador, iconoclasta digo, el periódico le parece un atentado a la ecología, como se desliza en el coloquio entre Lourdes y el hablante, que es el personaje, en “Lamentaciones de un masoquista”. Jodida literatura de los irreverentes, sin embargo, cautiva y enloquece. Pienso en Sartre: “Es más peligroso ser buen periodista que mal asesino”.
La vida cotidiana contra la colosal desgracia de pensar.
Al creador, de este nivel Hugo Mayo les decía, que estaban en búsqueda de lo sorprendente. A los iconoclastas, algunas palabrotas les parecen palabritas y juegan a nuestra sorpresa, hasta amaestrarla y dejarnos luego, aceptando cuan buenas son las malas palabras.
Miller era directo, pero igual de maldito.
Eso un poco, es el contexto en que se desenvuelve este amor que era demasiado limpio, en tiempo pasado, porque a algunos personajes del área femenina parece gustarles demasiado sucio. A usted, ¿cómo le gusta?
Y volviendo al relato citado. Parecería un conjunto de enseñanzas banales, pero no lo son. “Aborrezco las revistas juveniles”, dice, el personaje cuya compañera Lourdes aparece fugazmente, “toda la algarabía gráfica y textual es repugnante. Me altera la idolatría de estrellas fugases, moda y fatalidad romántica a la que se debe acudir, para volverla más apetecible a una juventud desencantada”. Y termina con un hierro candente: “El hambre nos obliga a hacer cualquier cosa para sobrevivir y en eso sigo”. Soberbio el narrador, que no sabemos cuándo es el autor y cuando es el personaje.
La ciudad también se convierte en personaje, el narrador la describe con todas sus caderas desnudas. Y hasta con su nombre. Ciudad violenta, que, tiene pobladores que no soportan la crítica, ciudad de silencios obligados. Descrita en “Desde un rincón olvidado de ciudad”, el personaje de fondo es un pueblo imaginario llamado Manta con toda su curiosa geografía desnuda, pueblo violento que la hipocresía disimula y la contaminación huele.
El relato de mejor gusto es sin duda “Nadie dudará que nos amamos”. El amor con todo su entusiasta dramatismo, sin cortaduras, sin falsos adornos. Sin flores. En el Taller de Donoso, conocí un poeta romántico que hablaba de lirios. Donoso le dijo: “yo en mi puta vida he visto un lirio”. El poeta se botó. Es que, esto del amor es cosa seria en literatura y en la vida real. En la feria de las tinieblas, de la que el autor cita un fragmento de Ray Bradbury, se dice: “La carne de ella conoce el calor, el frío, la aflicción y así uno conoce el fuego y el dolor”. El amor se mide en grados Fahrenheit.
Aquí el sexo igual que la literatura es diversión a mil. Es entretenimiento, entendido el verbo entretener como tener algo entre las piernas, qué se yo, porque “el amor es un instante privilegiado para dos”. No sé a dónde nos quiere llevar este man, pero lo intuyo. Aunque está mejor expresado, y en voz alta, en el relato “Secretos para no dormir en paz”. Y el sexo vuelve a inundar con su magia secreta, incluso irrespetando el cadáver de Muermo el gato, que ha muerto apenas se marchó Fausta.
Sexo y literatura parece ser la combinación perfecta. Pienso en Henry Miller otra vez. Pienso en Sartre. “Las palabras son pistolas cargadas” y aparece “Noemí desde la sombra”, un relato muy curioso, en que el personaje Noemí se convierte en narrador, habla y describe los infiernos mínimos del amor.
En “Negaciones frente al reflejo burlesco”, no sé si se entiende o no el intercambio de sentidos, que por lo demás no es lo que interesa del relato, pero si juega el manejo de los tiempos. Ya que, en el ejercicio mental del narrador, él siente que es explícito, el lector no. Uno no termina de entender quien cortó el pelo si fue Noemí o Zoila o las dos, lo que no es un defecto, es un acierto del narrador provocar estallidos de luz en el laberinto mágico que se construye para darle forma al relato. Es un juego lingüístico del autor, ahí sí, del autor, que ama con distancias entrecortadas a su personaje Noemí, la que, pobre, ha aguantado de todo, en el proceso desde que el amor era demasiado limpio hasta los tiempos del amor necio.
No se sabe si Noemí es real. Es mejor no saberlo, pero navega en la angustia de compartir su vida con un hombre de prensa. Tal vez ese mal pagado oficio le hace decir ciudad de chirez sofocante.
El Amor era demasiado limpio te atrapa. Yo soy de otro tiempo. Mi propuesta es casi, de antes que Hugo Mayo le torciera el cuello al cisne de engañoso plumaje. Pero me siento a gusto en el mar encabronado de los escritores modernos. Alexis Cuzme, escribe como si fuera un grande, como si fuera un escritor realizado. Los verdaderos escritores no buscan temas para embellecer a través de la técnica, sino que los temas lo buscan a él. Así con esa simpleza de no creerse mucho, esa es la sencillez que hace brillar su historia. Reconozco que soy de los lirios, pero me trepo al potro chúcaro de la literatura moderna, esperando, que no me tire al suelo.
Con todo hay cosas que puedo decir y cosas que no puedo, el autor si lo dice, usted descúbralo, y a propósito, a usted, ¿cómo le gusta?
Víctor Arias. Poeta, cuentista y novelista. Periodista de televisión. Ha publicado, entre otros, las novelas La cruel condena de llamarse Kike Vega y Los amores secretos del General Eloy Alfaro; el libro de cuentos Pasión y gloria de Sebastián Majojo; el poemario El ejército inerme. Ha obtenido numerosos premios en poesía y cuento.