Por Juma Paredes
(Colaboración especial para Máquina Combinatoria desde Perú)
La causa
Lo más triste que he visto hasta hoy —me dice Sonrisas mientras muerde el aire como intentando no decirlo, justo después de preguntarle cómo estuvo su día y antes de decirme que no pude haber venido en peor momento— no fue la mirada de la mujer que dejé hace tanto para irme del país, o mis ojeras cuando me vi al espejo luego de veinte años. Ni siquiera cuando de niño mamá me sacó de casa y me cambió de colegio porque no podía más con los gastos. Ni la oscuridad del mar a la media noche cuando casi me ahogo, loco por mi primera tragedia amorosa. No, lo más triste que he visto hasta hoy fue el rostro de aquel muchacho llorando la muerte de su padre, porque eso mismo me pasó a mí… y esa huevada nunca se olvida, hermano.
El lugar
Paso la mirada por el pequeño apartamento. Sobre la mesa de vidrio pulido dejo mi vaso con whisky. Sonrisas me lo ha preparado en las rocas, para él un jugo de maracuyá. Va y viene murmurando que es mal momento, no ha cocinado, le falta lavar la ropa y su esposa está por llegar. Un diario sobre negocios internacionales, una pluma luminosa que coloco a contraluz antes de quitarme los lentes, jugar con ella. Estoy sentado sobre un sillón de cuero, paso mi mano por su costado y siento su textura, su olor a mueble nuevo. Mis pies se pierden en la alfombra. «Espera un poco», me ha dicho, ha sonado el timbre del microondas y corre a la cocina. Ojeo sus libros de finanzas. «Insistes con esto», lo digo, no lo digo, lo grito. «Sí, mi hermano, me da de comer». ¡Pero si eres actor! No lo soy. ¡Lo eres!
Enciendo la radio, una manada de empresarios top nos observa. Quietos, millonarios, cuelgan de la pared. Luego se cansan de nosotros y desaparecen bajo la sombra de la tarde moribunda y mi tercera copa de whisky.
El hombre sin la sonrisa impresa
Es lo más triste que he visto. Yo tenía que decirle algo, mi hermano. Tal vez los momentos más felices que he vivido se dieron junto a papá, lo perdí a los once —no imprime la sonrisa de antes, no muestra la dentadura entre las líneas temblorosas de sus labios. Se acaricia el peinado, cubre su rostro con las manos. Tardo en reconocer al hombre de la sonrisa impresa, reavivar en él su pulcritud. Pierde ante mis ojos su afeitada perfecta, la camisa almidonada. De pronto un pantalón de pijama viejo, de pronto los años en sus ojos—. Quisiera estar ahí, a pesar del horror de saber que agonizó en la puerta de mi casa. Quisiera volver, ser más grande, salvarlo.
—Yo también vivo con eso. También he visto al mío acercándose a mi oído en sueños —se lo digo y Sonrisas forma un puño, apura el jugo en su garganta.
—La idea es resistir, a pesar de todo. Eso lo aprendí en la maestría —me dice casi temblando.
—No me jodas, cuál maestría.
—La de finanzas pues, hermano.
—Te digo que eres actor.
—No lo soy.
—Lo eres.
—Me he pasado la vida vendiendo llantas, ¿qué he perdido? ¿qué gané? —me mira casi pidiendo que me vaya del departamento de estreno. La mujer a punto de llegar— Tuve que crecer de prisa. Antes todo transcurría despacio. Mi grupo de teatro, la actuación. Hoy todos los días son lunes en mi calendario, años y más años encima. Ya no aguanto.
—No te me vengas a caer ahora.
—No me caigo, resisto. Por mi madre, por mi mujer, por el hijo que vamos a tener.
—Si te hace sentir mejor, yo también me he quebrado.
—Ahora no me jodas tú, si al fin eres escritor.
—No, Sonrisas, otra vez hago lo que detesto, otra vez el dolor de cabeza. Otra vez lo hago por ellas.
—Lo hacemos, hermanito. Así que resiste, aguanta conmigo. No debimos ir a ese velorio, carajo.
Es un hombre decente rondando los cuarenta, con apetitos antiguos por el arte y corregidos por el abuso del buen sueldo. La cabellera encanecida, los ojos verdes, tristes. Veo en su palabra una genuinidad incómoda. Vine al malecón de Miraflores buscando al Sonrisas impoluto que conocí y quise entrevistar. En su depa encontré a otro. Y ese otro se levanta y me abraza, se despide de mí.
Puse mi mano en el hombro del muchacho, fue como si yo mismo lo hiciera conmigo. Le dije lo mucho que lo sentía, lo valiente que debía ser en adelante.
Y le mentí.
Le dije que todo iba a pasar, «ya verás», encima le dije… cuando en realidad, esa huevada nunca se olvida, mi hermano.
Nota del autor respecto a la mención del título: «Bella Ciao»: Canción popular italiana adoptada como himno de la resistencia antifascista en los años cuarenta.
Juma Paredes nació en Lima en 1977. Estudió Ingeniería de Sistemas y ejerció la carrera por quince años antes de dedicarse a la docencia y la literatura. Actualmente escribe en un blog de relatos (“Inmaduro Narrador”) y ejerce como docente en cursos relacionados con comunicación y escritura. Cursa la Maestría en Escritura Creativa de la Pontifica Universidad Católica del Perú. Ha publicado un relato en la complicación de cuentos Superhéroes de Ediciones Altazor.

Foto portada tomada de: https://bit.ly/3pz1YZT