Nueva peste, nueva erranza en la ciudad portuaria | Dalton Osorno

Por Dalton Osorno

(Colaboración especial para Máquina Combinatoria)

Hacemos una libre traspolación de un cuento del maestro Joaquín Gallegos Lara, “La última erranza” (1946) que bien le calza a nuestros días aciagos:

“La bubónica asolaba las tierras. Solo encontraba chozas abandonadas. Columbraba carroñas que se peleaban los perros y las aves de rapiña nativas llamadas curiquingues. Sobre las cresterías azules se empenachaban columnas de humo: la Sanidad quemaba los corrales y viviendas apestados. Heinrich se cruzó con cortejos de campesinos plañideros y borrachos que iban a enterrar sus muertos. Aquellos dolientes comían y bebían. De pedir, de seguro le habrían dado. Pero Heinrich era demasiado orgulloso y tímido para mendigar. Además, hasta allí había rechazado la tentación del robo”.

Edición de «La última erranza» de Joaquín Gallegos Lara publicado en México en 1947 por la editorial Pablo y Henrique Gonzalez-Casanova.

El cuento de Gallegos Lara nos relata la historia de Heinrich, un migrante alemán que va a Cuenca a buscar a un tío que emigró a Ecuador a partir de la asunción de Hitler al poder. Heinrich rompe relaciones con el hermano de su padre y, desprovisto de dinero y recursos, se dirige a pie hacia Guayaquil. En el camino ayuda a una mujer a enterrar a su marido que ha muerto de peste bubónica. Acto seguido va a comprar real y medio de pan con el dinero que le ha dado la señora y es masacrado por semitas que le reprochan su origen judío.

¿Qué sucede fuera de la literatura? La Parca ronronea en su mendigante andar porteño-ecuatorial, busca refugio en el cual habitar. ¿Habrá realmente paz en la ciudad de José Joaquín de Olmedo? El odio por sus orígenes, creencias y prácticas la convierten en una urbe con mácula: condición de víctima o victimario por igual en los tiempos de peste, discriminación, masacre o asalto.

En estos días aparece en Guayaquil la misma turba que asalta a Heinrich, actante principal de “La última erranza”, dibujado a la manera de un ser humano singular, completo y perfectible en la ficción narrativa y/o real realidad. Heinrich es confundido con el judío errante, aquel que le negó a Jesús agua durante el calvario. Por esta razón el personaje bíblico fue condenado a errar hasta su segunda venida.

El maestro Joaquín Gallegos Lara alcanza con este cuento un quehacer narrativo orgánico, complejo y completo que no confiere problemas en la decodificación. Pues la riqueza intrínseca y extrínseca de su cuento lo vuelven perfecto, atractivo y aún vigente para quienes gozamos de su escritura tachonada de una anécdota tan significativa como emotiva: Heinrich es linchado y lapidado por una multitud que supuestamente lo reconoce por cargar en su bolsillo un real y medio. Esa cantidad de dinero es la prueba irrebatible de haber atrapado al judío.

Se trata de una verdadera lírica de múltiples voces que confluyen en la narración, pues el creador anuda y desanuda sentimientos posibles e imposibles, con su estilo magistral que nos ayuda a contextualizarlo en la inmediata realidad porteña de infamante peste, dislocada anarquía, sempiterno desasosiego, rampante discriminación, repetido linchamiento y brutal mortalidad que campean libremente en nuestros días: “Pero nada lograba distraerlo del horror mental ante aquellos seres que, confundiéndolo con Ashavero, surgían a apedrearlo desde la tiniebla de los siglos muertos, desde el fondo de hacía dos mil años”.

Pero ¿hasta dónde podemos parlamentar sobre dogmas, fanatismos, prácticas salvajes e ignorancia ciudadana o gubernamental en Santiago de Guayaquil? ¿Cuál es el balance por sufrir todas las pestes y males sin escatimar en su expresión libertadora de siempre? Como bien dice el narrador de “La última erranza”, “su anónima muerte, con los otros millones de muertes anónimas, tal vez era el fin del anónimo viaje por los siglos”.

Ese viaje nos recuerda que vivimos en un cosmos de ideas, de creencias y dogmas que son los componentes que a la final cuentan y no la brutal modernidad actual que emerge esporádicamente en forma de virales videos que abrimos cual vitrales escalofriantes de lo no humano, pero quizá la fe y la esperanza (más la lucha infatigable) podrían salvarnos y condenarnos en esta ciudad marcada por negras cruces sobre el agua que desaparecen y aparecen en forma de libros, cantos, cuadros, música, danzas, reportajes y liada jerigonza de la corajuda grey.

Pero ¿cómo y cuánto nos duele la ciudad de nuestras palabras prestadas? La respuesta quizá está en las líneas finales del cuento de Gallegos Lara: “No se quejaba. Mas ¿de qué estaba seguro? El mismo hierro acaso con que le quebraron las rótulas, le cayó sobre el cráneo fulminante”. No permitamos que ese hierro nos caiga encima. No caigamos en la última erranza.


Dalton Osorno (Jipijapa 1958) Poeta, narrador, critico literario y maestro universitario jubilado. Licenciado en Literatura y Castellano por la Universidad Estatal de Guayaquil y Máster en Proyectos Educativos y Sociales. Ha publicado el libro de cuentos El vuelo que me dan tus alas (1988) y los poemarios Visión de la ciudad (1996), Palíndromo (1997), Amantazgos (2000) que obtuvo Mención de Honor en la Bienal César Dávila Andrade, No hay peor calamidad, desfachatez, infatuamiento que un poeta enamorado (2003), con el que ganó el Premio Único del VII Concurso Nacional de Literatura M. I. Municipalidad de Guayaquil y Duración del esfumato (2017). El 23 de abril ganó el premio La Linares de novela breve 2020 con Crónica para jaibas y cangrejos, con edición digital e impresa bajo el sello editorial de Casa Égüez.

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