Por Dalton Osorno
(Colaboración especial para Máquina Combinatoria)

Ha caído fatalmente Jorge Velasco Mackenzie (1948-2021), prolífico escritor porteño, uno de los hacedores de la amada guayaquileñía que transformó en su real guayaquilemía en la tan leída y comentada novela El rincón de los justos (1983). El 1 de mayo del año citado escribí una nota sobre la novela, que se publicó en diario Expreso de Santiago de Guayaquil.
Ante la inesperada caída, no quiero hablar del afamado narrador y su obra que todos conocen bien. Anhelo charlar, en este momento de profunda nostalgia, del ser humano, del maestro, del compañero, del amigo y del compadre espiritual, como solía decirme.
Nos encontramos a mediados de agosto de 2020, tiempo de la alta pandemia y nos dimos un abrazo muy fraternal, como dos viejos gatos fugados de la tormenta y la muerte.
Avanzamos hasta una cantina porteña para compartir sus libros inéditos y los conflictos de no tener editor. Entonces me cruzó los originales de Ciudad tatuada, con el fin de que encontrara un editor para la nueva novela. El oficio-pasión era escribir y escribir sobre la ciudad de sus palabras: Santiago de Guayaquil y sus parroquianos.
Se me achica el alma y quiero departir acerca del ser humano: el amigo, porque Velasco Mackenzie era un amigo de verdad, aunque solía decir que él elegía a sus enemigos. Fuimos camaradas desde la mitad de la década de los 70, antes de su viaje a España, donde escribió gran parte de El rincón de los justos, y a la vuelta de su periplo europeo formó el taller de literatura Esferaimagen –homenaje a Lezama Lima–. Admiró, toda su duración, al gran poeta cubano.
Jorge creía mucho en los talleres de escritura creativa y fue una de sus pasiones. Trabajó como maestro por muchos años en el Departamento de Literatura de la Universidad Técnica de Babahoyo, ciudad y alma máter donde fue muy apreciado, respetado y querido por sus compañeros, alumnos y amigos. Allí compartió cátedra con los escritores Iván Carvajal, Hugo Salazar Tamariz, Fernando Nieto Cadena, Carlos Rojas González y este escribano. Mantuvimos una inmensa amistad, si la memoria no me falla, desde 1976 y me invitó a formar parte del taller citado.
Realizó gestiones no imaginadas para llevarme como docente a la Universidad de Babahoyo, escribió la nota de contraportada de mi primer libro de cuentos, El vuelo que me dan tus alas. Me animaba siempre a escribir más –aseveraba que debía explotar más mi talento táctil en la ficción sicalíptica–.
Pero vuelvo como el cántaro al agua a la literatura, y quiero escribir del ser humano: más allá de los libros compartidos, secretos mal guardados, amores prohibidos, disputas, copas en tantos encuentros memorables, manducada, broncas interminables, porque así somos los amigos de verdad. “Dalton, te quitaré el compadrazgo para putearte de verdad porque…”. Y los planes y consejos brotaban como cascadas en la llamada de atención… Planeamos escribir a cuatro manos la novela histórica de la ciudad, pero…
Cuánto le encantaba pasar con mi familia en Manabí. Allí apreció su gastronomía. También fue un gran cocinero y de los buenos.
En una de esas largas borracheras –exquisitamente ebrios–, como solíamos decir al hermanarnos, me pidió que fuéramos compadres y así fue como me volví el padrino de bautizo de su último hijo, Sebastián Velasco Cabrera, que es un chef profesional.
El día de su caída, 24 de julio del año que decurre, estábamos chateando vía WhatsApp sobre la Casa de la Cultura Ecuatoriana Núcleo del Guayas, que fue uno de sus grandes amores, y la defendía con vívida pasión y amor infinito. Ahora hago cabeza dolida del amigo que se ha marchado, y tengo la seguridad que en el cielo o en el limbo de los poetas. habrá un espacio para seguir escribiendo la gran novela sobre Guayaquil y sus conflictos.
Sabemos que allí nos aguardarás con tus libros que siempre serán nuestros, hermano del alma.
Que la tierra de las letras todas te sea leve de verdad. No me quedan palabras para tu familia: Ana, Matilde, Jorge y Sebastián. Solo me queda tu literatura.
Dalton Osorno (Jipijapa 1958) Poeta, narrador, critico literario y maestro universitario jubilado. Licenciado en Literatura y Castellano por la Universidad Estatal de Guayaquil y Máster en Proyectos Educativos y Sociales. Ha publicado el libro de cuentos El vuelo que me dan tus alas (1988) y los poemarios Visión de la ciudad (1996), Palíndromo (1997), Amantazgos (2000) que obtuvo Mención de Honor en la Bienal César Dávila Andrade, No hay peor calamidad, desfachatez, infatuamiento que un poeta enamorado (2003), con el que ganó el Premio Único del VII Concurso Nacional de Literatura M. I. Municipalidad de Guayaquil y Duración del esfumato (2017). El 23 de abril ganó el premio La Linares de novela breve 2020 con Crónica para jaibas y cangrejos, con edición digital e impresa bajo el sello editorial de Casa Égüez.