Por Fabricio Guerra Salgado

Abril, 1990. En la cabina de pasajeros de un avión de Avianca que acaba de decolar del aeropuerto El Dorado de Bogotá, un joven sicario asesina a tiros a Carlos Pizarro Leongómez, candidato presidencial por el Movimiento 19 de Abril (M-19), grupo insurgente que, apenas unas semanas antes, había suscrito un acuerdo de paz con el gobierno, sumándose a la legalidad y la democracia. El crimen, por demás impactante, se adscribe en una vorágine incontrolable de violencia suscitada por el fuego cruzado de guerrilleros, narcos, paramilitares y fuerzas del orden. Colombia es, en aquel entonces, un reguero de sangre.
Entre la crónica, el ensayo y la biografía novelada, Carlos Fuentes echa mano de ciertas licencias literarias para relatar, de primera mano, los detalles del magnicidio: sentado en una butaca cercana a la del candidato y bebiendo una gaseosa, contempla embelesado su atrayente figura, tan joven y vital, aunque con un halo melancólico. Cuando de pronto, estallan las detonaciones de las quince balas que atraviesan a la víctima. A continuación, sus sesos se desparraman embarrando la ventanilla. El cielo bogotano es el telón de fondo.
¡Ha muerto Aquiles! atina a exclamar el narrador-pasajero-testigo, al tiempo que la bebida se le derrama en el pantalón. Traza así, Fuentes, un parangón entre el héroe trágico y el guerrillero asesinado. Porque al igual que al Aquiles homérico de las guerras troyanas, a Pizarro lo han movilizado siempre el enfado y la ira, surgidas en él, a causa de la injusticia social, la desfachatez de la clase política, la indolencia de las élites.
Recurriendo al flashback, el autor indaga en la vida familiar, la niñez y la juventud del protagonista que, al provenir de padre conservador y madre liberal, parece encarnar el espíritu de una nación que, por lo visto, optó por significarse en el conflicto y la polarización. Entre sus lecturas tempranas, consta la obra de Teilhard de Chardin, el cura jesuita que pretendió encontrar algún tipo de coherencia entre la visión racional del mundo y la fe religiosa. Más tarde, en la universidad, otro siervo de Ignacio de Loyola reforzará sus convicciones y su opción por los marginados, convenciéndole que “el derecho a revelarse es derecho divino”.
Decide irse al monte para trascender la retórica revolucionaria y apostar por su praxis. Junto a Jaime Bateman, Marino Ospina y Álvaro Fayad, conforman la vanguardia ideológica y militar del M-19. Ellos, que provenían de la ciudad, sabían que no se podía revolucionar al país sin conocerlo desde adentro, por lo que deben acogerse a las leyes del campo y la ruralidad. Pronto, los cuatro comandantes, le declaran la guerra al Estado, lo que habrá de costarles la vida en distintos momentos de la lucha subversiva.
De vuelta a la cabina de la aeronave, los guardaespaldas de Pizarro ultiman al sicario, quien se lleva a la tumba cualquier información relevante. Es la historia repetida hasta el hartazgo, como en el año 48, cuando el verdugo de Gaitán es linchado por la multitud luego de disparar contra el caudillo liberal, en un hecho que, se dice, marcó violentamente las siguientes siete décadas.
Carlos Fuentes, que murió en el 2012, tenía la intención de publicar el presente texto una vez que se haya puesto fin al conflicto armado en Colombia, lo que ocurrió en el 2016, por lo que ”Aquiles o El asesino y el guerrillero” vio la luz, de forma póstuma aquel año, en el que también, y ante la sorpresa del mundo, un plebiscito le dijo no a la paz, que entre atribulada y ninguneada, tuvo que conformarse con un dudoso triunfito.