La historia oculta | Carlos Enrique Saldívar

Por Carlos Enrique Saldívar

(Colaboración especial para Máquina Combinatoria desde Perú)

A David, al principio, le sorprendió que aquella graciosa joven le dirigiera la palabra con tanta soltura una vez se hubo sentado en el único asiento vacío del microbús: al lado de él. El muchacho estaba tan perdido en sus inalcanzables deseos que en ese momento su cabeza estaba pesada igual que una roca. Micaela, en cambio, tenía la mente muy liviana y muchas veces parecía volar mientras cantaba las palabras o escuchaba sus melodías predilectas. Era un alma musical, una compositora por naturaleza, inventaba canciones de alegría por donde iba y quería que todos pudieran oír la música de sus emociones. Su carisma intelectual le daba siempre entrada para poder expandir su facundia a los demás, era un ave canora que despedía rayos solares de vida y comunicación. Ella, altisonante; él, desabrido, con sus frustraciones personales y tristes recuerdos no se podía abandonar con facilidad a compartir palabras. El espíritu elocuente de Micaela finalmente lo conmovió y conversaron:

—Pregúntame qué hago aquí —dijo sonriente Micaela.

—¿Qué haces en este bus camino a Huancayo? —dijo el joven, sonriendo, ya superada su melancolía de hacía unos instantes.

—Voy a visitar a mi familia —respondió Micaela, haciendo un gesto amable—. ¿Y tú?

—Me dirijo a la provincia para quedarme mucho tiempo. Creo que la ciudad no es para mí. La zona urbana es muy ruidosa y yo necesito paz, tranquilidad para escribir.

—¿Eres escritor? ¡Qué bacán! ¿Piensas hacerte conocido?

—¿Acaso sabes de algún escritor joven famoso? —preguntó David, lanzando una ligera carcajada. De inmediato, giró la mirada a la pista y musitó—: Quizá lo consiga, no lo sé…

—Sé de algunos escritores de nuestro país que son famosos… pero ya son viejos —respondió Micaela haciendo un tenue gesto de congoja—. Perdón, no quise desalentarte.

Ella hizo una mueca de disculpa y el muchacho volvió a reír mientras sus ojos la miraban atentamente como dándole las gracias por haber amenizado con tanto gusto su día.

—Todavía no pienso en ser famoso —dijo David—. Yo escribo lo que me gusta, redacto lo que sé. Al hacerlo vacío mi interior, lo limpio y lo renuevo. ¿Y tú a qué te dedicas?

—Yo creo música. Es como hacer literatura, pero en una dimensión que no se expresa con palabras, sino con sensaciones. A veces, entono las canciones que compongo, normalmente no lo hago, me gusta mucho más tocar instrumentos de viento. En verdad me he dedicado de corazón a eso y sé que mi nivel es bueno, pero, como tú, aún no soy famosa.

En las apacibles horas que siguieron ambos se contaron sus vidas, incluyendo sus sueños y anhelos. Se narraron todo. El viaje duró más de lo previsto, ventura de aquella pareja joven que no quería ya separarse. Al llegar a su destino y descender del bus, ya eran amigos, aunque todavía un tanto desconocidos, pues no habían visto lo que contenía el mundo interno del otro. Aquel día en la provincia el clima era templado, muy enternecedor y propicio para unir corazones humanos. Los jóvenes entendieron poco a poco el lenguaje de la atmósfera libre y pura de aquella región. Después de comer algo, contar anécdotas y hacerse bromas se sentaron en la banca de un bello parque y en ese lugar se descubrieron. Juntos. Ella primero. Sacó de su mochila una flauta de metal con la que entonó una suave y emotiva melodía que alcanzó a tocar las entrañas de David. Una vez terminó, él pudo notar que los hermosos ojos claros de ella brillaban con una intensidad sin igual, como si la luz de su esencia hubiera intentado salir al mismo tiempo que tocaba. De alguna manera la luz había escapado al exterior y se había adueñado de la mente del joven. Micaela sonrió con timidez mientras el joven le aplaudía y la felicitaba. A continuación, ruborizada le pidió:

—Ahora tú cuéntame un relato. —Le miró fijo a los ojos como en algún momento él lo hiciera con ella. Esta vez la energía que Micaela ejercía sobre él logró intimidarlo un poco.

—Me gusta narrar cuentos, pero ahorita no se me viene ninguno a la mente —respondió él, que sí tenía intención de contar algo, pero quería un par de minutos más de tiempo para hallar la historia ideal, la cual dejara a Micaela igual de impresionada que él cuando ella tocó su música. La joven puso la palma de su mano en la del muchacho y en tono de ruego le dijo:

—Ya, pues, uno cortito. Quiero verte en acción.

él aceptó y empezó su narración la cual está aquí íntegramente plasmada:

«El cuentista era joven. Caminaba por las calles regalando sus narraciones a las almas desconsoladas para pulirles la vida. Nunca cobró por ellas, pero siempre obtenía dinero. Un día de otoño en uno de sus acostumbrados recorridos por las cálidas avenidas de nuestra región la vio sentada en la banca de un parque, llorando, tan triste que si su alma no se iba de ella era porque carecía de fuerzas. El cuentista se sentó a su lado y, aunque ella seguía cubriéndose el hinchado rostro, él le contó una historia tan bella, tan de primavera, que logró levantarla del fango en el cual estaba atrapada. Un relato de matices biográficos en la que le describió el origen de su país revivió a su familia que en el mundo real había perecido en la guerra, siendo este hecho la razón del desconsuelo de la jovencita. Él inventó datos muy excitantes y preciosos, aventuras singulares, amigos a montones, afectos de todos los tipos concebibles, la vistió con ropajes refulgentes, la adornó con joyas verbales, le dio a aquella mujer cualidades utópicas tan hermosas que se transformaron en verdadera esperanza, metas y optimismo. Una historia delicada con un destino de cristal, limpia, transparente, y a la vez llena de amor y misericordia. Los grandes ojos azules de la joven empezaron a titilar. Dos joyas preciosas. Sus lacios cabellos oscuros se agitaron con el viento, parecían danzar. Sus labios rojos, su delicada piel blanca, su elegante nariz perfilada, su textura afinada, todas sus impresionantes virtudes parecían darle las gracias al forastero. Ella resucitó. Él se quedó a su lado unos instantes para procurar que ella no volviera a caerse. Al cabo de cierto tiempo eso no ocurría. La joven era un ángel bendecido con las alas de la dicha. El viajero decidió entonces retirarse y seguir su camino…

»De pronto ella se derrumbó, y cuanto más él se alejaba, más ella se hundía apagada. El narrador se acercó de nuevo a la joven, pero esta no se reanimaba. Estaba a punto de morir Entonces él le contó otra historia aún más bella que la anterior. Con esto la joven volvió en sí, aunque luego todo se repitió al transcurrir cierto tiempo, y cada vez que la doncella caía, él la levantaba con otro relato, el cual la mantenía viva, pues el cuentista nunca se hubiera perdonado el que ella muriese. La llevó consigo al finalizar el día para que lo acompañara en su interminable viaje, porque además ella no tenía a nadie en este mundo, excepto a él, quien comprendió que ya nunca podría desligarse de ella y que la cargaría sobre sus hombros hasta que uno de los dos muriera. Se casó con la joven, tuvieron hijos ruidosos, se mudaron muchas veces paseando por aldeas lindas en regiones de ensueño y él continuó manteniéndola despierta, sonriente, dichosa con historias, sin amarla, pero tampoco ensañándose con ella por haberse convertido en su inevitable dueña. Él acepto su destino con delectación. Él era puro de alma. Así fue como le contó historia tras historia hasta que, al transcurrir toda una vida, el cuentista, ya anciano, la retuvo en sus brazos en su lecho de muerte y ella, asfixiada por el peso de los años en su cuerpo, expiró…

»No existían relatos que pudieran evitar que la inexpresiva dama oscura, conocida como la muerte, se apoderara de la mujer que lo acompañó toda la vida. Ya no había historias…»

—Es una narración muy triste, David —dijo Micaela, mirándolo con desconsuelo.

—Si eso te parece triste —mencionó el joven con picardía—, escucha lo que viene:

«Al principio, el cuentista se sintió satisfecho por la muerte de su mujer. Era un ser muy bondadoso, pero su historia de amor había sido forzada y no le había complacido en el alma haber conocido a aquella mujer. El maleficio se había roto. Eso era un hecho. A pesar de ser ya un anciano, creyó que la libertad del tiempo que le quedaba compensaría toda una vida de ataduras. Pensó con torpeza que la muerte de ella había sido cosa buena, mas luego se sintió solo, apenado, y en suma arrepentido. Se dio cuenta de que sí la amaba, de que siempre la amó. Imagino verla de pie, joven de nuevo ante él, entregándole sus seductores labios como si fueran ofrendas, el viejo quiso retenerla en sus brazos, pero ella se difuminó. Él abrió los ojos. La mujer ya no estaba con él. Había volado a la primavera eterna. El viejo cuentista entonces ideó su última historia, una fabulosa narración repleta de emociones verdaderas, y la ideó con facilidad, un cuento en el que pudo volar hasta alcanzarla y de nuevo reunirse con ella, donde pudieron ser jóvenes de nuevo para amarse como nunca en alguna mágica región de ensueño, sin tener que contar más historias para mantenerla viva, tan solo brindándole amor verdadero…»

—Tú quieres hacerme llorar, ¿cierto? —preguntó Micaela.

—No me digas que no te gustó —replicó David.

—Me encantó, sin embargo, ¿por qué tan triste?

—No es triste, el final es feliz.

—No es cierto, a mí me pareció triste, tu primer final despertó en mí una especie de melancolía que nunca antes había sentido. Y tu segundo final no pudo eliminar aquellas curiosas, aunque macilentas, sensaciones en el interior de mi mente y de mi espíritu.

—Bueno, si así lo sentiste. La verdad es que estás en lo cierto y lo hice deliberadamente.

—¿Por qué?, dime. ¿Por qué tanta tristeza en tu relato?

—Porque así es la vida.

—Eso no es verdad.

David observaba con atención el cielo despejado, los árboles reverberantes, los niños que jugaban en aquel inmenso parque y que le recordaban su infancia. A veces la vida satisface, mas nunca a plenitud, es muy compleja. David se puso de pie junto a Micaela y ambos caminaron por los alrededores durante algún tiempo. Transcurrieron un par de minutos sin que mediara palabra entre ambos. El muchacho se preocupó al ver que ella cambió su actitud de forma tan radical. No por ello se veía menos bonita y encantadora. Él le hizo comentarios a su joven amiga, y ella no respondía. Estaba pensativa con la mirada ausente, perdida. Él, al fin, le preguntó:

—¿Qué te pasa? ¿Por qué estás así?

—Estoy pensando en tu historia. No puedo quitármela de la cabeza. Trato de encontrarle la cuestión semántica, ¿sabes? Algún significado.

—¡Qué terca! Solo es un cuento. No tiene ningún significado. Solo sirve para entretener.

—De modo que así piensas. Y además piensas que las historias de fantasía deben ser tristes porque nuestro mundo es triste. Quizá sea cierto, sin embargo, para tal caso, las historias nacen en la mente de un ser humano para ser felices de algún modo y así poder liberarnos momentáneamente de esta realidad.

—Siento que me equivoqué en lo que dije antes, el mundo no es triste, ofrece muchas posibilidades, al conocerte lo he descubierto.

Al decir él esto, Micaela sonrió de manera fugaz y continuó observando la naturaleza, hipnotizada por una idea que no la abandonaba.

—Dime en qué piensas, por favor —pidió David.

—Sigo meditando en ello.

—¿En qué, Micaela?

—Te diré en qué. Había una joven en tu relato. Me doy cuenta ahora de algo. La chica de tu cuento es igual físicamente que yo.

—Pues, pudo haber sido cualquiera. Solo es coincidencia, azar. ¡Vaya con mi cuento! Ya quítatelo de la mente y conversemos de otra cosa.

—No puedo. Hay algo que me inquieta. Tú eres bien tramposo. Hiciste alarde en tu relato de una hermosa historia, la que el cuentista le brindó a la joven desolada, pero nunca narraste dicha ficción, pasaste por esta dejando que fuera yo la que imaginara su contenido.

—Confieso que fue una estrategia. El narrador siempre debe ser hábil y no tiene que contar todo a sus oyentes. Por otro lado, no tiene por qué existir una historia tan bella como la que el cuentista le obsequió a la joven.

—¡Qué lástima! Entonces no has diseñado una historia que pueda hacer que una chica a la que recién conoces se enamore perdidamente de ti.

—Sí la he diseñado.

—¿Sí? ¡Pues cuéntamela de una vez!

—No hace falta. Ya lo hice. Es la misma historia que te he narrado a ti, el relato que el cuentista le regaló a la joven en la calle, cerca de un parque…

Micaela se detuvo, le sonrió a David mientras clavaba sus ojos en los de él y se ruborizó. Sus ojos empezaron a brillar. Dos cristales azules. A David le parecieron las joyas más preciosas del universo. El rostro de ella se encendió con un calor placentero y, al iluminarse enseguida el resto de su cuerpo, él le preguntó:

—¿Estás enamorada de mí perdidamente?

Micaela respondió con una expresión de satisfacción en su armonioso rostro, mirando hacia su derecha con tierna serenidad:

—Solo te contestaré si ocupamos de nuevo una banca y me narras otro cuento.


Carlos Enrique Saldívar (Lima, 1982). Estudió Literatura en la UNFV. Es director de la revista impresa Argonautas y del fanzine físico El Horla; es miembro del comité editorial del fanzine virtual Agujero Negro, publicaciones dedicadas a la literatura fantástica. Es director de la revista Minúsculo al Cubo, dedicada a la ficción brevísima. Es administrador de la revista Babelicus (literatura general). Finalista de los Premios Andrómeda de Ficción Especulativa 2011, en la categoría: relato. Finalista del I Concurso de Microficciones, organizado por el grupo Abducidores de Textos. Finalista del Primer concurso de cuento de terror de la Sociedad Histórica Peruana Lovecraft. Finalista del XIV Certamen Internacional de Microcuento Fantástico miNatura 2016. Finalista del Concurso Guka 2017. Mención honrosa en I Premio Literario Valle del Pillko. Publicó el relato El otro engendro (2012). Publicó los libros de cuentos Historias de ciencia ficción (2008, 2018), Horizontes de fantasía (2010) y El otro engendro y algunos cuentos oscuros (2019). Compiló las selecciones: Nido de cuervos: cuentos peruanos de terror y suspenso (2011), Ciencia Ficción Peruana 2 (2016), Tenebra: muestra de cuentos peruanos de terror (2017, 2018) y Muestra de literatura peruana (2018).


Foto portada tomada de: https://bit.ly/3jA0qh1

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