Por Nora Râmniceanu
(Colaboración especial para Máquina Combinatoria desde Rumania)
Fania apenas se había sentado en la mecedora y Beti saltó a su regazo.
—Beti, tu cama es cálida y suave. ¿Qué haces aquí subida encima de mis viejos huesos? —preguntó Fania, apretándola cariñosamente contra su pecho.
—¿Tú olvidas que yo tampoco soy joven y que yo también tengo mis dolencias? —respondió Beti, acomodando sus orejas y su colita—. Esa cama que nuestras amigas me trajeron de la ciudad es bella y suave, pero… no tiene alma. A mí me gusta sentarme aquí en tu regazo, para escuchar el ritmo de tu corazón, a veces tan rápido, como corriendo para coger un tren. Luego para, solo un ratito, y después se pone a correr otra vez. Y sabes, ¿que más me gusta? Cuando duermes, roncas suavemente así: puff, puff.
—¡Beti, mi lista y graciosa Betina! Yo pensaba que tú duermes, pero en lugar de eso, tú me estás estudiando Dime entonces, ¿qué más hago cuando duermo?
—Pues, por la noche, cuando duermes más profundo. O lo haces después de un día lleno de trabajo lavando ropa, fregando, cocinando, regando el jardín, dando de comer a los pollos y también a mí y a Negrita; tus manos siguen trabajando, agarrando, arreglando, fregando, amasando o simplemente palpando para asegurarse que sigo a tu lado… Y, a veces, le hablas a un caballo, creo: “¡Venga, despacito, vamos cariño que casi acabamos!”
Fania se puso a reír suavemente, acariciando la cabeza de su pequeña amiga.
—Beti, nosotros siempre teníamos caballos para ayudarnos con el trabajo en la viña, en el jardín o en el campo de remolacha o de maíz. Fueron muy buen amigos míos, nos solíamos entender sin muchas palabras. Cuando llegó el tiempo de despedirme del último caballo, una yegua de hecho, llamada Eliza, sufrí enormemente. Creo que todo el año después la soñé cada noche —siguió Fania, secándose los ojos con el delantal.
Beti la miró atentamente y bajó su cabeza en la mano de Fania, como para mostrar que entendía su tristeza.
—Más temprano —siguió Fania—, me pareció verte en el granero. Parecía que llevabas algo en la boca y las gallinas corrían como locas, cacareando asustadas, plumas volando por todas partes. Solo Negrita estaba faltando a ese espectáculo tan divertido.
—Bueno, y yo pensaba que estabas durmiendo. Te había oído con mis mismas orejas: “puff, puff” —respondió la perrita suavemente.
—¡Pues mira! Nuestra gata, Negrita, andaba por el patio del vecino. Se vuelve loca por los pollitos. Le gustan tanto, que solo mirándolos le castañetean los dientes, maxilar y todo.
—¡Dios mío! Eso no es bueno —dijo asustada Fania—. La voy a encerrar en el cobertizo para que no moleste los pollitos ¿Pero tú, Betina que llevabas en la boca?
—Bueno, tengo que decirte, ¡no puedo evitarlo! Un pobre ratoncito, tan flaco que apenas puede mantenerse de pie ha encontrado refugio en nuestro granero. No sé, pero Negrita ha sentido ya su presencia y lo está buscando con algo de arrebato desde hace un par de días. En un rincón del granero, detrás de un poste grueso de madera, hay un agujero en el suelo. Pobre Its-Its sigue escondido allí, paralizado de miedo. Conseguí engañar a nuestra amiga para alejarse del sitio, pero la pobre alma del ratoncito, si la loca no lo mata, seguro se morirá de hambre. Así que lo cogí por la nuca y lo traje hasta mi plato de comida. El pobrecito comió todo lo que pudo, tomó un poco de agua y, después, lo llevé otra vez a su refugio. Pero ahora, su barriga está llena; tengo miedo de que salga y llegue justo a los colmillos de Negrita.
—¿Dime Fania, no hice una obra buena? —dijo Beti bajando la cabeza. Yo también sufrí de hambre, sed y frío. Pasé mucho tiempo por las calles sin saber si iba a vivir hasta el día siguiente.
Apenas acababa su última palabra y Beti saltó corriendo como una bala hacia el granero. Regresó después de pocos minutos meneando su colita y se sentó otra vez en el regazo de Fania.
—¿Qué pasó, Beti? —preguntó Fania preocupada.
—Nada, un amigo mío estaba en peligro, ¡Its-Its!
—¿De qué estas hablando? Me estabas contando algo, pero me dormí escuchando, creo. ¡Beti! ¡Beti! Mira que ella misma se ha dormido ¿Its-Its? ¿Quién será Its-Its? me pegunto…
Nora Râmniceanu (pseudónimo de Vărzaru Niculina). Nació el 25 de mayo de 1952 en la comuna de Izbiceni, condado de Olt. Su domicilio actual está en la ciudad de Rm. Vâlcea. Graduada en la Facultad de Filología e Historia, en el Departamento Ruso-Francés, de la Universidad Oeste de Timișoara. Actualmente jubilada. Escritora.
Foto portada tomada de: https://bit.ly/2MnmhtK