Por Ximena Pesántez
(Colaboración especial para Máquina Combinatoria)

Reverdece ataviado de bosque el Chocó Andino.
Entre las hojas de un árbol un ojo de ónix
agujerea el transparente manto
del aire.
Una silueta negra cual sombra y tiniebla
al arribar el día deja entrever un arma
señorial, su afilado y curvo pico
y sus patas de rapaz.
Saca a relucir su largo péndulo y encresta
su cabeza cuando de seducir se trata
parado sobre una rama: trémula
y silente cómplice.
Sus plumas luctuosas… cual avistando
un triste destino… se mecen serpenteando
los temidos trazos que dibuja la tenebrosa
incertidumbre.
Quizás pretende vivir, tan solo vivir, existir, ser…
Es sencillo, no pretende más, solo continuar
volando y picoteando en el mundo.
Solo vivir.
Quizás la vida al dibujarlo con su tinta oscura
ha sellado, sin presentirlo, su destino
y ha mermado la presencia de su especie que se oculta
en los brazos de la fronda.
Quién como el Paraguas Longipéndulo
para justificar en Los Andes su presencia
por su majestuosidad morena:
embrujo de obsidiana.
Su canto seduce al alba que luego se adormece
en la retinta noche de sus alas
y el día quedo se enamora de su silueta inverosímil
de espléndida negrura.
Abre desesperado sus callosas manos el bosque
Invitándolo a construir innúmeros nidos
mas deja caer la agricultura su hoz temible
y la caza su fusil.
Una a una caen esas manos y lloran oliváceas lágrimas
las hojas en tanto que la tristeza sus manos
empuña y con ella agoniza poco a poco su corazón
de ave majestuosa.
Las carreteras: lacerantes venas de cemento
reemplazan las verdes arterias de la vida
y la venta como mascotas atropella el grito libertario
de sus alas.
Y yo, con la vista obnubilada, cierro mis ojos…
imagino el cortejo del macho hacia su hembra
imagino padre y madre alimentando a sus polluelos
imagino su nido labrado.
Y me pregunto dónde, en qué recodo del camino
se ha disipado el brillo de los ojos de los hombres
que impíos destruyen su propia casa: fulgor
del ánima terráquea.
Y me pregunto por qué debido a su apego ególatra
olvidan el amor y su misión de ser guardianes
de la flora y de la fauna: fausta magia del planeta
crucificada en el entorno.
He ahí que con el espíritu empobrecido los hombres
se destruyen a sí mismos y se convierten
en indeseados vagabundos de su
propio camino.
Yo –por mi parte– quiero despertar en el día sempiterno
y ver al Paraguas Longipéndulo estampando
su negrura en el azur inmenso
del cielo.
Negrura que en él termine siendo total ausencia
de muerte, misterio y energía liberadora
de la vida.
Ximena Pesántez. Popayán 1961. Psicóloga Laboral, poeta y mentor de poesía en inglés. Premio “Maruja Escobar” otorgado por la Asociación de Ecuatorianos Residentes en México en 1994, con el poema “Manto Quiteño”. Premio Nacional de poesía “César Dávila Andrade” otorgado por el Centro Cultural Palacio del Poeta en 2019, con el poemario Desde el Balcón de las Palabras. Primera Mención al Mérito Poético otorgado por el Centro Internacional de Estudios Poéticos en 1919, con los poemas “Mis Claveles Iracundos” y “Ecuación”. Publicaciones: Partners in Rhyme: An Anthology of Contemporary Poetry (Varios autores, 2016) y Desde el Balcón de las Palabras (2018). Desde el 2017 socia activa del Ateneo Ecuatoriano, entidad dedicada a la difusión del Arte y la Ciencia. Desde el 2019 miembro de la Sociedad Ecuatoriana de Escritores, entidad dedicada a la difusión de obras literarias. Cursos de poesía en inglés: “Modern and Contemporary American Poetry” (2014 y 2016) y “Sharpened Visions: A poetry Workshop” (2016). En este último, invitada a ejercer como mentor, actividad ejercida desde el 2017. E-mail: luxpe61@gmail.com