Por José Joaquín de Olmedo
(Publicado como folleto con el título de El árbol [1] en Lima en la Casa Real de Niños Expósitos en 1809, vendida en la librería de D. Guillermo del Río).
A la sombra de este árbol venerable
donde se quiebra y calma,
la furia de los vientos formidable
y cuya ancianidad inspira a mi alma
un respeto sagrado y misterioso;
cuyo tronco desnudo y escabroso
un buen asiento rústico me ofrece;
y que de hojosa majestad cubierto
es el único rey de este desierto,
que vastísimo en torno me rodea;
aquí mi alma desea
venir a meditar; de aquí mi Musa
desplegando sus alas vagarosas
por el aire sutil tenderá el vuelo.
Ya cual fugaz y bella mariposa
por la selva florida,
libre inquieta perdida,
irá en pos de un clavel, o de una rosa;
ya cual paloma blanda y lastimera
irá a Chipre a buscar su compañera;
ya cuál garza atrevida
traspasará los mares,
verá todos los reinos y lugares;
o cual águila audaz alzará el vuelo
hasta el remoto y estrellado cielo.
¿No ves cuán ricas tornan a sus playas
de las Indias las naves españolas
a pesar de los vientos y las olas?
Pues muy más rica tornarás, mi Musa,
de imágenes, de grandes pensamientos,
y de cuántos tesoros de belleza
contiene en sí la gran naturaleza.
Y de tu largo vuelo fatigada
vendrás a descansar como a seguro
y deseado puerto,
a la sombra del árbol del desierto.
¡Necio de mí! ¿Qué he visto?
¡Cuántas veces mejor me hubiera estado
gozar en grata paz menos curioso,
de este ocio dulce, fresco y regalado,
que ver el espectáculo horroroso
que la perjura Francia
de su seno feraz en sediciones,
en escándalo, ofrece a las naciones!
¿Dónde están esas leyes decantadas
por la justicia y la equidad dictadas?
¿Mas qué aprovechan leyes sin virtudes?
¿Ni cómo las virtudes celestiales,
don de Dios el mas puro y mas sagrado,
han de habitar el corazón malvado
de un pueblo sedicioso,
cuyo jefe ambicioso,
cualquier senda, aunque sea
toda de sangre y crímenes cubierta,
la cree justa legítima segura,
si oro, poder y cetro le procura!
Los pueblos sabios, libres y virtuosos
en el trono sentaron a las leyes,
y se postraban a sus pies los reyes.
Pero el tirano no: sentóse él mismo,
y las leyes sagradas
puso a sus pies sacrílegos postradas.
Y nada perdonó para su intento:
su valor, su talento,
aun las virtudes mismas le sirvieron,
y tenidas en máximas de estado
su respetable máscara le dieron.
Viose la religión inmaculada
hija del cielo noble y generosa,
sierva de su política insidiosa;
y el grande protector de la fe santa
con suma reverencia
los Evangelios en París decora
y el Alcorán en el Egipto adora.
¡Qué crímenes, que males
no ha dado la ambición a los mortales!
Ella sola es cual llama abrazadora
que las mieses devora,
mas la ambición unida a la fortuna
es torrente impetuoso,
que atropellando todo se derrama,
y devora las mieses y la llama.
Así a los pueblos se anunció el tirano:
y esta es la perspectiva aborrecida,
que ofrecerá a quien ose desrollarle
el lienzo ensangrentado de su vida.
En el infausto y execrable día
en que se vio la libertad francesa
al carro vencedor en triunfo atada;
cuando al trono de Luis César subía
en medio del tumulto y la alegría
de un pueblo esclavo… Bruto, [2] ¿dónde estabas…?
No es tarde aún; ven, besaré tu mano
bañada con la sangre del tirano.
¡Ay! ¡que la tierra toda estremecida
tiembla por donde pasa y brota sangre!
¡Qué nuevo crimen! ¡Dios! ¡O madre España,
tu fe pura y entera,
y tu misma virtud cuánto te daña!
Un corazón virtuoso,
noble, fiel, generoso,
no sospecha jamás que se le engañe.
¡Oh traición inaudita!… Las montañas
desplómense, y en polvo se deshagan;
los bramadores y horridos volcanes
humo espeso vomiten
de sus vastas y lóbregas entrañas;
y densas nubes de humo y polvo encubran
tan gran maldad del miserable suelo,
al vengador y poderoso cielo.
¡España! ¡España! ¡La amistad sagrada,
la mas dulce necesidad del hombre
ese placer y celestial encanto,
ese lazo el más santo
de las almas, no es mas que un vano nombre
un nombre sin sentido,
y una red que el tirano te ha tendido!
Osó llamar el pérfido a tus reyes
y dioles como amigos
de la amistad el ósculo fingido;
y cuando en su poder seguros fueron
tratoles como viles enemigos,
y expiar les hace en bárbaras prisiones
el crimen de ser reyes, y Borbones.
Siervos del crimen, nuestros caros reyes
volvednos; sí: volvednos nuestros padres,
los Dioses de la España,
y venid a quitarlos en campaña.
Siervos viles del crimen, acordaos
de la inmortal jornada de Pavía.
De allí, del mismo campo de batalla
cautivo y prisionero
vio entrar Madrid vuestro monarca fiero.
Imitad, si podéis, tan grande hazaña.
Este es honor; y si queréis vengaros,
volvednos nuestros reyes
y venid a quitarlos en campaña.
Los siglos pasan nuestra, gloria dura:
cuando a cubriros de un baldón eterno
la fiel posteridad ya se apresura.
¡O Musa, tu que viste
el furor de la mar estrepitosa,
y los vientos horrísonos oíste,
y el fracaso espantoso de las olas,
tú sola pintar puedes
el ardor de las armas españolas,
la ira y celo con que por todas partes
va y corre la nación precipitada
guerra clamando; y a la voz de guerra,
como brota la tierra
y las montañas brotan gente armada
a la guerra y venganza aparejada!
Guerra, venganza… Oh ¡cuánto a su deseo
ya tarda en coronarse el Pirineo
de las pérfidas huestes enemigas!
Nunca el indio salvaje ni el viajero,
la senda en noche lóbrega perdida,
tanto del sol ansiaron la salida,
como impaciente el español espera
mirar la luz primera
que le refleje el enemigo acero.
¡O que sed tan violenta
de tu sangre le abraza y atormenta…!
Ya en el campo de Marte sanguinoso
le hará ver que en España,
para vengar la afrenta
de Dios, del rey y de la patria santa,
cada hombre es un soldado,
y que cada soldado es un Pelayo,
cada pecho un broquel cada arma un rayo.
Dios santo y poderoso,
brazo virtud y gloria en la pelea,
tú que tocas el monte y luego humea,
tú que miras la tierra y se estremece,
toca y mira ese pueblo que en su gloria,
sin referirla a ti, se ensoberbece.
Tú o Dios, que a los humildes y a los mansos,
la posesión has dado de la tierra,
ay! no permitas que el varón de sangre
tu nación extermine,
ni que en la tierra toda desolada,
cubierto de cadáveres domine.
Antes tú, que quisiste
para santificar la justa guerra,
el Dios de los ejércitos llamarte,
y en tu pueblo caudillos elegiste,
y su defensa y su victoria fuiste,
nuestro brazo conforta, y con tu aliento,
cual huracán violento
turba las huestes del perjuro bando
que las sagradas leyes quebrantando
de amor y de amistad y santa alianza,
a guerra nos provocan y a venganza.
Y tú, mi Musa, en tanto
que el mundo tiemble de furor y espanto,
y entre los fieros males
que preceden, que siguen, que acompañan
a la venganza, la ambición, vacila;
tú, mi Musa, pacífica y tranquila,
cual tímida paloma
que se esconde en su nido
la tempestad huyendo que ya asoma,
vendrás a guarecerte,
mientras lo exija mi destino incierto,
a la sombra del árbol del desierto.
Notas en el folleto:
[1] El Doctor Don José Joaquín Olmedo lleva adelante en esta oda esa sensibilidad a nuestros infortunios, que respira su anterior en las exequias de la virtuosa princesa María Antonia. U. A.
[2] Bruto asesinó en el senado á César, tirano de la libertad Romana.
José Joaquín de Olmedo (1770-1847). Primer vicepresidente del Ecuador. Político y poeta guayaquileño. Iluminó a todo el país desde antes de su creación gracias a su búsqueda de la independencia, su gestión política y lo virtuoso de sus poemas. Opositor acérrimo de la esclavitud de los indios y los menos favorecidos. Luchó de manera abnegada por la libertad de cada compatriota. Su mayor legado nace de su intelecto, con una pluma obtuvo lo que pocos con las armas. Sus letras guiaron al país por un rumbo más justo para todos. (Fuente: https://www.presidencia.gob.ec/jose-joaquin-de-olmedo/)
Biografía más completa en: Wikipedia: https://es.wikipedia.org/wiki/Jos%C3%A9_Joaqu%C3%ADn_de_Olmedo