Boleto | Carlos Enrique Saldívar

Por Carlos Enrique Saldívar

(Colaboración especial para Máquina Combinatoria desde Perú)

 

Era uno de esos hombres que había caído en desgracia. Era algo mayor, fue abandonado por su familia y, si no fuera por aquel albergue en el Centro de Lima, hubiera quedado sin un refugio, a merced del frío y del hambre. No obstante, tenía un talento, sabía tocar bien la guitarra y (en menor medida de efectividad) cantaba. Eso le granjeaba algunas monedas para comprar ropa que lo hiciera lucir mejor cuando subía a los microbuses para pedir un poco más de dinero, con el cual solventar otros gastos. Al menos no sentía que le fallaba la salud, eso hubiera resultado traumático para él. Pensó mucho tiempo en eso, había estado alejado de las enfermedades, nunca se había operado y, salvo algunos malestares en los pulmones y alergia, no había padecido de nada grave. Tal situación lo regocijaba. También meditó en sus defectos: perdía las cosas, sobre todo las oportunidades que se le presentaron en la vida. Perdió dinero y por muchas torpezas que cometió en el ámbito financiero perdió a sus dos hermanos. No tenía esposa ni hijos. Se dijo que eso era bueno, porque los hubiera perdido eventualmente. Tuvo muchos amores, pero también los perdió. De sus amigos ni hablar, se le habían extraviado en su duro transitar por este ineludible escollo llamado vida.

Cuando le dijeron que no había más espacio en el albergue, porque debían dárselo a los que sufrían malestares o eran más ancianos que él, quien bordeaba los sesenta años, no le quedó otra opción que alquilar un cuarto pobre, el cual compartía con otros sujetos. Tenía un colchón, sábanas y frazadas que le fueron donados y trabajaba para el día (no fuese que ahorrara y sus acompañantes le robaran lo ganado). Después de todo, siempre perdía sus pocos soles de alguna u otra manera. Una noche empezó a sentir unos ligeros dolores en el vientre, a los costados del estómago, se dijo que era por comer a deshoras, gastritis o gases, quién sabe. El hígado no, porque se había cuidado siempre, no tomaba alcohol, no fumaba, no consumía sustancias ilegales, no comía grasas, sin embargo, se alimentaba en la calle, se dijo que ya era tiempo de cocinarse su propia comida, pero para ello necesitaba una hornilla eléctrica; ahora sí ahorraría, no obstante, perdía sus ganancias del día cuando iba a probar suerte en el tragamonedas. Un día lamentable perdió su guitarra y tuvo que pagar el pasaje de regreso a su hogar, le pareció raro viajar en un bus así, sin brindar un acto artístico a los pasajeros, sobre todo le pareció raro el boleto que le dieron. Los boletos eran importantes, si el transporte sufría algún accidente, y tenía su seguro actualizado, los heridos recibirían atención médica gratuita. Se aferró a aquel boleto. No lo perdería. Al menos no hasta el final del trayecto. Observó el pequeño papel, leyó el nombre de la empresa en que viajaba:

 

El Paraíso

Adulto: 1. 50 (soles)

 

Bajó del vehículo a un par de cuadras del edificio donde vivía, como cada noche, justo en el Centro de Lima, cerca a la Plaza Dos de Mayo. La brisa nocturna de la capital parecía decirle que ya era tiempo de descansar, aunque sea un par de días, y meditar acerca de lo azarosa que era su existencia. No era viejo y podía volver a empezar, únicamente tenía que conseguir un buen trabajo. No lo perdería como tantas cosas que había dejado atrás durante su accidentada vida. No obstante, sería difícil, perdió las opciones de estudio que tuvo, con las justas terminó secundaria, sin embargo, perdió todos los documentos que acreditaban su participación en los diversos oficios que ejerció. No sería fácil para él encontrar trabajo, y si lo hallaba de seguro lo perdería. No le quedaba más remedio que seguir en la calle, como artista callejero, en las avenidas, en los buses, en Jirón de la Unión. La gente de este país era más buena de lo que se pensaba, le daban dinero después de entonar una de sus bonitas melodías, la balada le caía como anillo al dedo. Decidió dar un paseo, aunque las calles no eran muy seguras como antaño, sobre todo en esa zona. Reflexiones de último minuto, no quería llegar a su casa, porque hogar no tenía y lo extrañaba. Fue de aquí para allá. En eso estuvo cuando un automóvil, manejado por un chofer borracho, se subió a la vereda y lo arrolló. El pobre hombre cayó de cabeza, mas no murió de inmediato. Pereció cinco horas después en el hospital, donde lo llevaron de emergencia. Antes de que su cráneo impactara en la pista pensó en que ese día era viernes y que la gente empezaba a beber licor temprano.

Era creyente, no devoto, había recibido varios de los sacramentos y se había portado bien mientras vivía, por eso sintió que se hallaba en el lugar correcto: dentro de un enorme edificio de paredes blancas, muy parecido a un centro comercial. Supo que se ubicaba en el primer piso y ante él había una fila poco numerosa que llegaba a unas escaleras mecánicas, las cuales llevaban a un destino nuboso del cual pronto se enteraría. Los presentes, todos vestidos con ropas normales, incluyéndolo, estaban ansiosos por llegar a esas escalinatas, por ende, el protagonista de nuestro relato también se animó. Sabía que había muerto y que aquellas escaleras conducían al Cielo, el lugar en el cual esperaba hallarse muy pronto para ver a sus queridos padres, a los cuales había perdido también en un accidente de carro hacía treinta años. Se preguntó si el tiempo marchaba por estos lares de igual manera que en la tierra de los vivos, si veía a sus progenitores ¿ellos estarían jóvenes o de la edad en que murieron? ¿O quizá podrían tener la edad que quisieran? Quién sabía, todo habría de ser posible en el Cielo y solo se enteraría al momento de ascender hacia allí. Se sentía contento.

Aunque, a medida que avanzaba la hilera, pensaba mucho en el infortunio que le había tocado vivir, ¿por qué a algunos los maltratan la soledad y las circunstancias? ¿Por qué hay gente que no llega a conocer el amor verdadero o la dicha de tener retoños? A continuación, se decía que no debía pensar de esa forma, que debía amarse a sí mismo, que él era todo lo que tenía y tuvo en la vida (además de sus progenitores, quienes fueron bondadosos con él).

También pensó en por qué le tuvo que ocurrir ese accidente, qué mala suerte hallarse en el terreno y en la hora menos indicados. ¿Por qué tuvo que sucederle eso a él? Le hubiera gustado vivir un poco más, quizá las cosas hubiesen mejorado. O tal vez ya era la hora de que se marchara del mundo. Una fuerza más poderosa que su pasión por la existencia lo había reclamado y ahora se encontraba aquí, justo frente al guardia alado que accedía o se negaba a que los muertos subieran por las escaleras, a la tan soñada meta, el ansiado sueño.

«Su boleto, por favor», dijo el humanoide alto, alado. «Tiene que dármelo para pasar».

¿El boleto? ¿Cuál boleto? «El boleto que da acceso al Paraíso», dijo el ángel guardián.

Ah, sí, lo tiré, lo saqué de mi bolsillo derecho y lo lancé al aire cuando estaba con mis devaneos al bajar del bus, cuando me hallaba en medio de esta caótica ciudad. Lo siento mucho, no tengo boleto, ¿no podría dejarme pasar así nomás? Por algo estoy en la fila, ¿no?

«No, en verdad, lo lamento, no puede pasar. Pero su alma puede regresar al sitio donde tiró el boleto para buscarlo. Verá, la irresponsabilidad no es un delito, mas a Él no le gusta».

Fue así que volvió a ese incierto lugar a buscar su pase, nada más eran una pista, unas veredas, un espacio que parecía agrandarse. Nunca fue bueno encontrando cosas, empero, se esforzaría para logar su objetivo. No importaba, tenía una eternidad para hallar el boleto.

 

 


Carlos Enrique Saldívar (Lima, 1982). Estudió Literatura en la UNFV. Es director de la revista impresa Argonautas y del fanzine físico El Horla; es miembro del comité editorial del fanzine virtual Agujero Negro, publicaciones dedicadas a la literatura fantástica. Es director de la revista Minúsculo al Cubo, dedicada a la ficción brevísima. Finalista de los Premios Andrómeda de Ficción Especulativa 2011, en la categoría: relato. Finalista del I Concurso de Microficciones, organizado por el grupo Abducidores de Textos. Finalista del Primer concurso de cuento de terror de la Sociedad Histórica Peruana Lovecraft. Finalista del XIV Certamen Internacional de Microcuento Fantástico miNatura 2016. Finalista del Concurso Guka 2017. Publicó el relato El otro engendro (2012). Publicó los libros de cuentos Historias de ciencia ficción (2008, 2018), Horizontes de fantasía (2010) y El otro engendro y algunos cuentos oscuros (2019). Compiló las selecciones: Nido de cuervos: cuentos peruanos de terror y suspenso (2011), Ciencia Ficción Peruana 2 (2016), Tenebra: muestra de cuentos peruanos de terror (2017, 2018) y Muestra de literatura peruana (2018).

 


Foto portada tomada de: https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Boletos_de_la_linea_221.jpg

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