“El Gran Gatsby” de F. Scott Fitzgerald | Fabricio Guerra Salgado

Por Fabricio Guerra Salgado

 

En 1922, Nick Carraway se muda a Long Island, lujoso suburbio cercano a Nueva York en el que viven Daisy y su esposo, adinerados parientes lejanos, así como Jay Gatsby, misterioso magnate que celebra fastuosas fiestas a las que asisten los ricos y famosos de la ciudad.

Gatsby no se involucra en las bacanales, sus invitados casi no lo conocen y elucubran sobre el origen de su fortuna, mientras el anfitrión se acerca a Nick, con quien comparte la experiencia común de haber estado en las trincheras de la Primera Guerra Mundial, confesándole a continuación que la mansión y las fiestas no son más que un pretexto para atraer a Daisy, la mujer que ha amado por años.

Nick, asumiendo la voz narrativa, va descubriendo los motivos que llevaron a su singular vecino a emprender tiempo atrás su refundación personal, aferrándose desde entonces a una nueva identidad, originada en la concepción platónica de sí mismo. Bajo la tutela de un viejo marinero con el que se volcó a navegar y a aprender, Gatsby cambió nombre, objetivos y rumbo vital, alcanzando así la sustancialidad de la que había carecido.

Aferrado a su amor incondicional por Daisy, sabe que las diferencias de clase que antes los separaron, continúan vigentes a pesar de que ahora posee dinero y poder, producto quizás de sus vínculos con las mafias y el gansterismo. A todas luces, es un arribista, un nuevo rico al que la opulenta Norteamérica admite con reticencia y por interés, sin dejar de despreciarlo.

Emerge así la falacia del american dream, ya que como queda claro, no todos tienen iguales oportunidades ni acceden a similares privilegios. Más aún, en las altas esferas sociales, no importa tanto la procedencia lícita o no de la riqueza material del personaje, pues lo que resulta determinante es su falta de abolengo, su genealogía sin lustre.

Gatsby encarna también la esperanza en su grado máximo, la que constituye el motor que le impulsa obsesivamente, y con no poca ingenuidad, a lanzarse en pos de una ilusión, de un amor del pasado que no podrá ser recobrado. Más bien, de forma paradójica, esa esperanza que fue siempre su reserva espiritual y su razón de ser, termina convirtiéndose en la pulsión fatal que lo destruirá, reafirmándolo de paso como héroe trágico.

En El Gran Gatsby, Scott Fitzgerald logró captar con lucidez los rasgos relevantes de la sociedad estadounidense de entreguerras. Aquella que abrazó el capitalismo financiero y el dinero fácil obtenido en las especulaciones bursátiles de Wall Street. La misma que se entregó a la euforia consumista a ritmo de jazz y charlestón, sin advertir que, entre tanto derroche, se gestaban silentes los tenebrosos tiempos de la Gran Depresión.

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