La siguiente fase | Máximo Ortega Vintimilla

Por Máximo Ortega Vintimilla

 

Charito era una cuarentona, de rostro agradable, que vivía en un moderno departamento, al que se accedía después de pasar por una serie de medidas de bioseguridad. Luego de hacernos pasar a Freddy y a mí, nos invitó unas copas de ron. Nos sacamos las mascarillas N95 y nos dedicamos a charlar del coronavirus, que era un arma biológica, que va a ser el pretexto para depurar a la humanidad; también, que la Tierra está amenazada por asteroides y por volcanes; aunque, también, hablamos algo de política y de farándula.

Charito compartía su departamento con una chica que tenía un rostro perfecto, aunque extraño, artificial, como de androide. La chica se llamaba Marcela y vestía ropa ajustada. Cada vez que se asomaba por ahí, no dejaba de mirarme de una forma rara.

Media hora después, con el pretexto de irme al cuarto de baño, me desvié y entré a la cocina, con la idea de hacerle algo de conversación a Marcela. Pero no quería, o no podía hablar. Se mostraba muy seria. Pero cuando estaba dando la media vuelta, alcancé a ver que sonrió, aunque de una manera forzada, ante lo cual le respondí con una sonrisa, la mía natural. Iba a decirle algo, pero me desobligué. Estaba retirándome cuando escuché que dijo con una voz que parecía robótica: “Colonización”. No le di importancia, quizá era mi imaginación. Salí de la cocina.

Mientras bebíamos el ron con cola negra —no teníamos cigarrillos, debido a que escaseaban—, mi amigo Freddy y Charito se dedicaron a conversar sobre sus historias buenas y malas, acerca de la forma cómo se conocieron en un centro comercial, en fin. Por momentos, terciaba para pedirles detalles de ciertos lugares que mencionaban y que despertaron mi curiosidad, o para que Charito me aclarara el significado de tal o cual palabra en inglés que, a veces, intercalaba mientras hablaba. Había instantes en que dejaba de atenderlos y, con mi vaso de bebida a medio consumir, apoyado sobre mi regazo, me acordaba del rostro de Marcela. Me daban ganas de hablar con ella y averiguar algo, lo que sea, sobre su vida. O intentaría hacerle una cita para otro día, pero, al instante, me desobligaba.

Cerca de la media noche, Freddy, Charito y yo estábamos borrachos, aunque, a decir verdad, yo lo estaba muy poco. Charito nos pidió acomodarnos en la sala para que durmiésemos. Por seguridad, por el toque de queda, no podíamos salir a esas horas de la noche. Después que agradecimos su gentileza, se retiró.

Freddy me pidió que pusiera mi silla al lado de la de él. Al tiempo que me tomaba del hombro con su mano, balbuceó unas cuantas palabras, dijo que yo era una excelente persona; que pronto nos volveríamos a ver y me haría participar en el negocio de fármacos para el coronavirus, que seríamos ricos con el negocio de las vacunas elaboradas clandestinamente, pero, la verdad, le ponía poca atención, me acordaba del rostro de Marcela y de esa extraña palabra que mencionó. Freddy se calló y agachó la cabeza. Estaba en el filo de su silla y para evitar que perdiera el equilibrio, lo levanté y le hice acostar en el sofá. “Voy a ser rico”, musitaba, hasta que se quedó dormido.

Me causó sorpresa ver a Charito asomarse por el corredor en ropa de dormir, con un camisón transparente que dejaba ver sus senos. Al parecer el alcohol la excitó. Mientras se acercaba a la sala, movía su cuerpo, como si estuviera desfilando en la pasarela. Creo que tenía en mente decirle algo a Freddy; pero, al verlo dormido, se decepcionó y no dijo nada. Entonces, me miró con ojos lujuriosos. Desde el fondo del corredor, Marcela observaba la escena con seriedad al tiempo que chateaba en su celular.

Ni bien entré a su habitación comenzó a desvestirme. Encendió la televisión a volumen bajo. Alcancé a ver en la pantalla que la cifra de muertos en Rusia sobrepasaba las cien mil personas. Cuando me volví, Charito estaba totalmente desnuda. Se acostó en el piso alfombrado. Estaba a punto de penetrarla, cuando le pregunté si tenía un condón. Me acordé del SIDA. Se rió y se puso de pie. Me dijo que no había riesgo de que pudiera quedar embarazada. Le dije que no me importaba lo del preservativo. Se subió a su cama y se puso a actuar como una verdadera bailarina desnudista. Enseguida, comenzó a besarme apasionadamente. De pronto, alguien abrió la puerta… No tuvimos tiempo de reaccionar… Marcela, en un lenguaje muy extraño, daba órdenes a dos tipos pequeños, vestidos con trajes parecidos a los que utilizan los astronautas…

 


Máximo Ortega Vintimilla. Especialista en Criminología, Universidad Complutense de Madrid; Master en Derecho Penal, Universidad Andina Simón Bolívar; doctor y abogado U. Católica Cuenca. Actualmente es Juez Penal en la Unidad Judicial de Iñaquito de Quito y Conferencista. Obras publicadas: Derecho: La criminalidad económica” (Edit. Fondo de Cultura Ecuatoriana, Cuenca, 2000); La calumnia y las expresiones en descrédito y deshonra perpetrados por medios digitales: Facebook, Watts App y más (Edit. ONI y Editorial Jurídica del Ecuador, 2018 (2 ediciones)). Literatura: La Poesía es algo más que un sueño (Edit. América, Azogues, 1990); Novela El arco iris del tiempo” (Edit. Huerga y Fierro, Madrid-España, 1996, 1ra. edición; Edit. El Conejo, Quito, 2da. edición, 2010); Poemas Vibraciones en Verde”; Cuentos El hombre que pintaba mariposas muertas; novela Gigantescos elefantes dormidos” (Edit. El Conejo, Quito, 2007).

 


Foto portada tomada de: https://www.freepik.es/foto-gratis/mujer-seductora-mordiendo-cereza_1190826.htm#page=1&query=seducci%C3%B3n&position=4

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