El apagón | Rubén Darío Buitrón

Por Rubén Darío Buitrón

(Colaboración especial para Máquina Combinatoria)

 

Los dos hombres, jóvenes, elegantes, de aspecto sobrio y vestidos de forma impecable con trajes de casimir italiano, corbata y zapatos relucientes, avanzaron serenos y sonrientes, con pasos firmes, por el supermercado.

El hombre que en la entrada debía registrar sus maletines no lo hizo porque ellos lo saludaron, efusivos. Les preguntó qué traían en los maletines y uno de ellos, el más alto, le respondió que eran laptops, libros y cuadernos de la universidad.

Los dejó pasar, cansado de tanto chequeo rutinario. Eran casi las ocho de la noche, en pocos minutos más se cerraría el almacén y el guardia, que se encontraba allí de pie desde las 12:00, sin comer ni beber, pensó que la jornada había transcurrido sin novedad y que no pasaría nada si dejaba ingresar a los dos muchachos sin registrar sus bolsos. Al fin y al cabo, para él era evidente que tenían dinero y que sería imposible que ocurriera algo a esas horas de la noche.

Una vez que ingresaron, cada uno de los hombres tomó una canasta de metal con bordes rojos, que resaltaban el nombre del supermercado, se separaron, se adentraron por distintos pasillos y se confundieron entre los cientos de personas que empujaban sus carritos mientras los llenaban con productos para la comida y el baño diario en casa y para las loncheras escolares de los niños.

De pronto, las luces se apagaron. El silencio y los murmullos solo duraron un instante. Porque, de inmediato, los gritos de las personas invadieron el local.

Nadie supo de dónde empezó a salir el olor a gas lacrimógeno y el tronar incesante y seco de la balacera que duró, al menos, unos ocho minutos. Todo el ruido se mezcló con los alaridos de auxilio y de pánico mientras estallaban los cristales y caían los objetos colocados en las perchas.

Cuando se encendieron las luces de emergencia y sonaron las alarmas, al guardia del acceso se lo vio exánime, doblado sobre su propio cuerpo.

En el piso, junto a las cajas, los fragmentos de cristales, los líquidos que se vertían y las perchas temblorosas, el humo, la tos, las lágrimas, decenas de ancianos, niños y adultos —entre clientes y empleados— sangraban y se retorcían de dolor, arrastrándose y llorando en busca de atención y en procura de encontrar los cuerpos inertes de sus familiares, amigos y compañeros.

Los policías y los paramédicos empezaban a llegar mientras los casquillos de las balas de las pistolas, aún calientes, rodaban por el piso y chocaban entre sí.

Los dos jóvenes, de traje y corbata, ya no estaban.

 

 


Rubén Darío Buitrón es poeta, periodista y docente. Es el director-fundador de loscronistas.org

 


Foto portada tomada de: https://www.pexels.com/es-es/foto/adulto-al-aire-libre-barra-luminosa-calle-1737405/

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