Por Carlos Enrique Saldívar
(Colaboración especial para Máquina Combinatoria desde Perú)
El hombre, sueco o finlandés, no hablaba español. Comenzó a mencionar algunas palabras en mitad de la calle, a espaldas de Silvana, quien observó al tipo con gran reticencia. Lo que decía el sujeto podía interpretarse como piropos hacia la dama. No se sabía cómo, pero de alguna manera sobrenatural ella lograba entenderlo. Sabía que no era bonita, por ende, nunca había sido muy asediada por hombres en sus veinticinco años de vida, mucho menos se imaginó que algún día le hicieran eso en plena avenida. No obstante, lo que empezó como un conjunto de halagos se tornó pronto en algo intolerable. El tono del hombre se hizo muy fuerte, gritaba, asediaba, su gesto se modificó drásticamente, irradiaba una rabia incomprensible. Para ese momento la mujer lo miró de frente. El tipo era alto, de porte atlético, tez blanca y cabello negro corto. Vestía unas zapatillas negras, un pantalón jean descolorido y un polo negro con el slogan de una banda de música religiosa. Silvana le pidió que la dejara en paz, rogó por ayuda a las personas que cerca pasaban, pero nadie le hizo caso. La mujer se hallaba paralizada, de un momento a otro recuperó el control sobre sí misma e intentó desandar sus pasos para alejarse de aquel ruin personaje. El hombre la detuvo por la fuerza del brazo derecho, la agarró de los hombros y la aplastó contra una pared; seguía hablando en ese idioma extraño que ella había adivinado europeo, el cual laceraba sus oídos, no por lo que decía, sino por el tono extravagante. Era una voz muy extraña, la más rara que ella había escuchado en su vida. El sujeto quiso acercar su boca a la de ella. En ese instante la muchacha perdió el control y, llena de terror, empezó a aullar. No obstante, no cerró los ojos, lo escrutaba, como si con el poder de su visión pudiera hacer que el otro desapareciera de escena. El rostro del tipo cambiaba, se volvía rojo, muy rojo, sus ojos se agrandaban, su cabeza se tornó calva, le surgieron dos enormes cuernos. El ambiente comenzó a calentarse. Silvana se dijo que estaba a punto de pisar el infierno. El atacante consiguió besarla, metió su larga lengua dentro de la boca de la chica. Parecía una serpiente que intentaba encontrar un sitio para anidar dentro de su garganta. Silvana sintió que se ahogaba. Nunca se había visto tan atormentada. Se orinó; acto seguido se desmayó.
Al rato, fue despertada por una transeúnte. Se puso de pie con torpeza, se disculpaba con la amable señora, no sabía por qué, e intentaba rememorar lo que le había ocurrido. Sentía mucho calor, aunque no hacía sol, por lo contrario, el clima estaba templado. Tenía una sed terrible, había estado, de seguro, varios minutos inconsciente, en el suelo de una avenida del cono sur de la caótica ciudad de Lima. Se alegró por no haber sido robada o maltratada mientras se hallaba indefensa. «Incluso, pude ser raptada y ultrajada», pensó. Le dijo a la señora que la había auxiliado que se hallaba bien, que muchas gracias, que sí, estaba asegurada, que no, no era necesario llamar a una ambulancia. Silvana se revisó a sí misma para comprobar si de verdad se encontraba en buen estado. Su falda estaba mojada. Se dirigió con velocidad a una farmacia, compró agua embotellada y una pastilla para los mareos y vértigos. Algo dentro de ella la impelía a ir a su casa. De modo, que allí se dirigió, continuando su ruta, porque había salido del trabajo cuando sucedió el incidente, el cual, se dijo, se trató tan solo de una pesadilla por el estrés seguramente, por el exceso de labores.
Llegó al umbral de su vivienda, estaba desesperada por ingresar, mas no encontró sus llaves en su cartera ni en sus bolsillos; se lamentó, se le cayeron, de repente unas cuadras atrás. Tendría que regresar al lugar donde se desvaneció para buscarlas. Caminó hacia la vereda y… tuvo un repentino impulso. Cogió su celular y llamó a la comisaria.
No supo por qué. Empero, tuvo la certeza de que debía hacerlo, pese a que sabía que una falsa alarma la haría quedar como tonta, y ya había pasado por mucho ese día.
Ella no esperó cerca de su morada, buscó refugio en una tienda de enfrente.
Las sirenas se oyeron cerca. La joven, quien vivía sola en una casa de una sola planta, estaba segura de que había hecho lo correcto, aunque no imaginaba lo que vendría después.
El sujeto era alto y robusto, de tez clara y cabello negro corto. Salió de la residencia de Silvana por una ventana con rapidez, sin embargo, tropezó en su huida y estuvo mucho rato debatiéndose contra unos arbustos. La joven, que se había acercado al lugar de los hechos, muy sorprendida, chilló. Algunos vecinos salieron de sus hogares ante los alaridos.
Unos agentes de la ley capturaron de inmediato al criminal y se lo llevaron apresado.
Según la investigación policial que se revelaría más tarde, el delincuente era un violador que había atacado a muchas mujeres en la ciudad, en especial a aquellas que no vivían con otras personas. Este hampón recorría las calles en busca de víctimas y se pasaba unos días observando desde fuera el domicilio de su elegida. Durante uno de esos trotes había visto a Silvana saliendo de su residencia. Y la escogió. Conocía sus horarios, la tenía marcada. El día de los hechos el agresor había penetrado en la casa de la chica, cuando ella se hubo ido a trabajar, y había esperado dentro varias horas a que volviese para violentarla.
—¿Cómo así se le ocurrió llamar a la comisaria?
—No lo sé —respondió Silvana—. Un presentimiento. Nunca podré explicármelo.
Carlos Enrique Saldívar (Lima, 1982). Director de la revista Argonautas y del fanzine El Horla; miembro del comité editorial del fanzine Agujero Negro, publicaciones dedicadas a la literatura fantástica. Director de la revista Minúsculo al Cubo, dedicada a la ficción brevísima. Finalista de los Premios Andrómeda de Ficción Especulativa 2011, en la categoría: relato. Finalista del I Concurso de Microficciones, organizado por el grupo Abducidores de Textos. Finalista del Primer concurso de cuento de terror de la Sociedad Histórica Peruana Lovecraft. Finalista del XIV Certamen Internacional de Microcuento Fantástico miNatura 2016. Finalista del Concurso Guka 2017. Publicó los libros de cuentos Historias de ciencia ficción (2008, 2018), Horizontes de fantasía (2010); y el relato El otro engendro (2012). Compiló las selecciones: Nido de cuervos: cuentos peruanos de terror y suspenso (2011), Ciencia Ficción Peruana 2 (2016), Tenebra: muestra de cuentos peruanos de terror (2017, 2018) y Muestra de literatura peruana (2018).
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