Por Augusto Arias R.
(Poema originalmente publicado en la revista Literaria América, nos. 19 y 20, Quito, de mayo-junio de 1927, pp. 218-221)
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Poema del libro premiado con la estrella «Isidro Ayora», en el Concurso Literario Nacional.
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La miró Jesucristo
desde su alta ventana:
Era resplandeciente
mística y arrobada;
tenía diademada
de luz celar la frente;
claridad de mañana
brillaba en sus pupilas
como jamás se ha visto;
en su torno flotaba
como un cantar de esquilas,
en sus labios vagaba
la plácida sonrisa de los niños,
su diestra acariciaba
con pureza de virgen tierna y santa
el sueño de sus místicos cariños
y casi aérea, su planta
no hollaba la aridez de los caminos.
La vieron los pastores
alguna vez, a la hora de la tarde
pasar santificada, luminosa,
como un sueño de gracia entre las flores,
arrancar de las ramas una rosa
para el altar en donde se mezclaba
con palpitante resplandor de estrella
a la oración de su alma candorosa
la llama orante de los níveos cirios
cuya lumbre ascendía
dorando las corolas de los lirios
hasta bañar el rostro de María
y luego se volvía
con el alma de Dios hecha fulgores
para besar la frente alabastro
de la niña que vieron los pastores
pasar entre los huertos de la tarde
como un sueño de gracia entre las flores.
La miró Jesucristo
desde su alta ventana.
Jamás había visto
más bella criatura
surgiendo en la pureza
de la blanca mañana;
respiraba dulzura,
se hacía leve al aire con su aliento
y sobre su cabeza,
volaba un adorable pensamiento.
Las tres virtudes y los altos dones
en ella estaban como en un reinado.
Era su alma el jardín de los perdones
y suspiraba acaso como Amado:
“Por las espinas que me dio la vida
rosas blancas mis manos han sembrado”.
Tenía fe la niña: fe escondida
con la sapiencia del amor celeste
y con tal luz su lámpara encendida
iba a la senda del Jesús eterno
huyendo de la tierra aridecida
¡donde arde el sol y hay lágrimas de invierno!
Su esperanza: un anhelo sosegado
le hacía ver un fúlgido camino
de violetas humildes florecido
y de eternas virtudes alfombrado;
su puro corazón, tan desasido
de la frágil ventura de este suelo,
presentía al final de ese camino
abrirse en un milagro poderoso
la escala luminosa que va al cielo.
Tenía caridad: el amor puro
que se desborda mágico y gozoso
y canta en la emoción de la limosna;
quizá Mariana iluminó el oscuro
dolor de los que han hambre de ternura
y los que han hambre triste de sustento,
pues tan extraordinaria criatura
alentaba un celeste pensamiento
e iba a Jesús, la caridad suprema,
forma perfecta del amor que muere
y se abraza a una cruz, de cuyos brazos
nacen alas eternas de poema.
Sobre la tierra amarga era Mariana
una flor del jardín de los arcángeles
así la vio Jesús esa mañana
y quiso dar a su pasión celeste
como a una cauda de princesa egregia
las diestras intangibles de los ángeles;
quiso arrancarla del dolor terrestre
pues vio que entre las flores de este mundo
ella se alzaba mística y radiosa
y al amor de Jesús siempre esperaba,
pues en la tierra todo amor instable
su corazón extraño no llenaba
y por la vida estéril y mudable
como una desterrada, transitaba.
Pasaba floreciendo de milagros
este suelo de lágrimas. Seguía
acendrando en su vida de plegarias
el amor de las místicas dulzuras;
sus labios con pasión de eucaristía
y sus manos, dos lirios intocados
no buscaban humanas ataduras…
Así la vio Jesús, amó a la virgen
y la invitó para el supremo vuelo
pues tenía en sus ojos asombrados
todo el reflejo nítido del cielo,
y al pasar por la senda de rosales
con rumbo hacia el Jesús de los perdones,
en las espinas de la flor del mundo
dejó Mariana sus postreros dones:
desgarrando sus manos celestiales
regó su pura sangre en el camino
y en la terca aridez de las arenas
como un milagro súbito y divino
se alzó un florecimiento de azucenas.
Ya era divina la que al cielo iba
con vestidura que aquí fue terrena.
¡Eternidad de su alma siempre viva
que en la diestra de Dios es como un astro!
En perpetua blancura de azucena
se tornó ya su frente de alabastro
y de su corazón ha florecido
otra azucena que se dora y arde
con el fulgor orante de los cirios
que iluminaba el rostro de María
cuando Mariana la ponía flores
y era su frente hermana de los lirios,
tal como la beata aparecía
entre la luz amable de la tarde
¡a la santa visión ele los pastores!
Augusto Arias R. Poeta, periodista y pedagogo. Nació en Quito el 15 de marzo de 1903. Desde pequeño sintió amor por la literatura, especialmente por la poesía. Formaba parte de la inquieta muchachada que aspiraba a suscitar una inédita etapa en la literatura del Ecuador. Se unió con Jorge Carrera Andrade y con Gonzalo Escudero Moscoso para publicar una revista de juventud: El Crepúsculo. Después vinieron: La Idea y Vida Intelectual, más profundas y de gran importancia para la literatura de la época. El “Viajero de Papel” murió el 22 de agosto de 1974, dejando como legado poesías, ensayos, artículos, etc. Fue maestro, colaboró con varias revistas, también fue uno de los integrantes del “Grupo América” y de la Academia Nacional de Historia. (Fuente: http://efectoalquimia.blogspot.com/2011/11/augusto-arias-robalino.html)