Quintiliano Sánchez
(Publicado originalmente como libro-folleto, en Quito en 1881, ed. Imprenta Nacional)
A mi amigo, el ilustrado literato don Carlos R. Tobar.
Desde las frescas y rientes playas,
Que manso lame el caudaloso Guayas.
Columbro ahora tu serena frente,
que domina lejanos horizontes,
CHIMBORAZO sublime,
admirado monarca de los montes.
De tu soberbia majestad pendiente,
mi corazón se oprime:
absorta a tu presencia
desfallece mi mente;
tu celsitud envidio; en su vehemencia
perdido, anonadado
queda al volar allá mi pensamiento.
En las alas del ábrego violento
Llegar a ti mi espíritu quisiera,
y, en divina canción arrebatado,
Con sus acentos atronar la esfera.
Allí estás coronado
de transparentes nubes, que ilumina
el numen de los Incas con su llama.
Tu tersa faz espléndida se anima,
de púrpura tu borde se recama,
y el rayo aterrador sobre tu cumbre
su carro guarda y su siniestra lumbre.
Los andinos colosos
desde su firme asiento te contemplan;
vasallos orgullosos.
Tu augusta imagen emulando, tiemblan.
Cubiertos de blanquísimo sudario
sus riscos espantosos,
EL ALTAR solitario
Allá descuella, y en silencio mudo,
parece que, al mirarte, avergonzado
su enhiesta faz esconde en el nublado.
Con el estruendo rudo
asordando las selvas, do derrama
deslumbradora llama,
te saluda el SANGAY: tu ínclita alteza
a la distante zona
con el eco de raudos vendavales
anuncia el TUNGURAHUA.
Bramando con fiereza
el COTOPAXI ronco te pregona
rey y señor de montes colosales.
El ILLINIZA de apagada fragua
al aire alzando su bifronte cima.
Brillante te vislumbra
desde apartado clima,
y ante ti, sorprendido, se deslumbra.
Te admira el lindo y blanco SINCHOLAHUA;
se esconde el CORAZÓN a tu presencia;
umbroso el ATACAZO
apenas es girón de tu regazo,
y el RUMIÑAHUI calla en su impotencia.
El ANTISANA bello
de frente plateado,
del sol bañado en vivido destello,
a ti tranquilo vuelve su mirada.
Mientras la brisa los raudales hincha
que serpean su falda,
coronado de gualda,
inmutable, sereno,
te contempla el PICHINCHA,
y, allí, genio del bien, que al mundo asombra;
se alza de Sucre la sublime sombra;
en tanto Quito aduérmese en el seno
del monte giganteo,
como virgen modesta
que buscó el fresco y deleitosa siesta.
El CAYAMBE gentil, el que en pavura
treme a tu nombre, COTACACHI altivo,
el remoto IMBABURA
con sus ruinas sombrío,
tu inmensidad, aclaman y hermosura.
Tú, el suelo ecuatoriano
con tu mole sustentas;
sobre el averno tétrico te asientas,
donde, en despecho insano,
contra Jehová infinito,
Luzbel, audaz precito,
de tu peso abrumado, ruge en vano;
Mientras tú, inmoble, eterno, silencioso,
Titán de las edades,
en medio de tus vastas soledades,
escabel del Señor, te alzas airoso.
Yo siempre te admiré, cuando a tu planta
bramando rudo y fiero,
nubes de arena el huracán levanta.
tu mole entonces anúblase, y se viste
del negro manto de la noche triste.
Súbito se desata
el hórrido aguacero,
y en derredor te ciñe, y se dilata
el trueno entre tus rocas retumbando.
El éter serpeando,
rápidas las centellas
deslumbran sin cesar; cae abundante
la nieve y cubre el páramo desierto:
del rumbo antiguo las borradas huellas,
afligido e incierto,
busca doquier medroso el caminante.
Mas propicio Jehová recoge el rayo,
y en plácido desmayo
reposa el ancho suelo:
la tempestad se aleja
al mandato de Dios; el alto cielo,
a su leve sonrisa, se despeja;
el extendido velo,
que te ocultaba denso, desaparece:
más hermosa tu frente resplandece.
Montaña sin rival, regia montaña,
del Creador perenne maravilla,
cuando tu frente así cándida brilla
y en áurea luz purísima se baña,
¡cómo el alma se eleva
a lo ignorado y grande
y allá feliz su aspiración se lleva!
El ánimo se expande
y está el mirar suspenso;
con hondo meditar, en el inmenso
pasado, en el abismo
del porvenir me pierdo. Breve punto
es el hombre ante ti: necio pretende
orgulloso, olvidado de sí mismo,
arcanos penetrar que no comprende.
¡Vano afanar! que junto
a la tiniebla fría
desaparece veloz, huésped de un día.
Pasa la humanidad: tú, portentoso
permaneces, burlando
el poder de los tiempos impetuoso.
Ciudades y naciones
tórnanse en campos mustios y desiertos,
y se atropellan mil generaciones.
Los siglos se suceden
en derredor de ti, raudos girando:
tu destrucción anhelan… mas ¿qué pueden?
Los siglos quedan en tu cumbre yertos.
Tú de Riobamba altiva
viste las altas torres desplomarse
al vaivén fragoroso de la tierra;
viste su imagen trémula, aflictiva,
su grandeza y orgullo disiparse.
Hoy al viajero aterra
el campo desolado
que misérrimos indios han poblado.
Y en más lejano tiempo,
¡oh, crueldad y codicia sin ejemplo!
Excelso CHIMBORAZO,
tú la espléndida gloria
de los hijos del sol viste eclipsada
en sangrienta victoria
la codicia ensañada
descargaba frenética su brazo
sobre el Inca infeliz; tu ancha llanura
en inocente sangre fue bañada.
El cáliz de amargura
hasta las heces apuró en el día
de horrenda muerte, cuando
en ti los ojos túrbidos fijando
por la postrera vez, daba un gemido,
en su furor horrible, complacido,
el hispano feroz se embebecía,
y triunfo, clamaba, y escarmiento.
mientras del indio el postrimer aliento
entre la endeble paja se perdía.
Pasó la gloria indiana: pobres restos
vénse doquier de antiguo poderío.
escombros que funestos
hacinó el tiempo con su mano, impío.
Si sondear pudiera los misterios
del pasado sombrío,
¡cuánta generación, cuántos imperios
de la edad primitiva, era por era,
¡asombrada mi mente descubriera!
Mas pláceme soñar, y en lontananza
mirar el sino de la patria mía:
alas de fuego tiene la esperanza,
esperanza de glorias y ufanía.
Cuál de las ondas púdica sirena,
De Bolívar y Sucre al poderoso
golpe, surgiera, de atractivos llena,
la juvenil República: sus sienes
orló diadema de oro,
y vates mil, en acordado coro,
su prez cantaron y futuros bienes.
Si hoy gime entre cadenas,
mañana aquí se buscará un asilo
la augusta Libertad; sus ecos grandes
repetirán los Andes,
y su cetro tranquilo
doquier la fada tenderá risueña.
Augurio sea o ilusión que sueña
la musa que me inspira,
obediente a su anhelo,
yo templaré mí descordada lira,
vagando libre en la florida vega
que el Guayas manso riega.
Con mi atrevido pensamiento, al cielo
me encumbraré fugaz: en tu regazo,
al tornar a mí mismo, breve instante
descansaré, sublime CHIMBORAZO.
Hermoso, rutilante,
te admiraré otra vez ante el divino
autor de tu grandeza
inclinaré sumiso mi cabeza,
y entre tus rocas el cóndor andino,
al rebramar de fieros aquilones,
de libertad oirá blandas canciones.
Quintiliano Sánchez. Escritor, poeta y académico quiteño nacido el 13 de abril de 1848, hijo del Sr. José Sánchez Villagómez y de la Sra. Micaela Rendón Olais. Publicó importantes obras, entre las que se destacan: Prontuario de Retórica y Poética, Las flores del rosal y La hija del Shyri, esta última considerada, sin lugar a dudas, como su leyenda más célebre; además, en el campo de la novela publicó: Amar con Desobediencia, que aún es leída por quienes tienen como línea de acción intelectual épocas pretéritas. Fue Director de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, humanista consagrado y profesor de literatura del Colegio Vicente León, de Latacunga. En el campo del periodismo combatió duramente al gobierno del Gral. Ignacio de Veintemilla, razón por la cual fue desterrado y sufrió graves penalidades. Luego de haber dedicado toda su vida al servicio de la enseñanza y las letras, Quintiliano Sánchez Rendón murió en Quito el 24 de julio de 1925. (Fuente: http://www.enciclopediadelecuador.com/personajes-historicos/quintiliano-sanchez/)