Germán Calvache Alarcón
(Colaboración especial para Máquina Combinatoria)
Corre el año de 1531. Una “provisión real” prohíbe expresamente traer novelas al Nuevo Mundo. De seguro, el poder de sus reales majestades y los burócratas bien adiestrados por la Inquisición consideran que las novelas serían demasiado peligrosas para la mente de los indios. (tan díscolos, tan levantinos)
Desde ese suceso muchos navíos han venido y han ido de vuelta de las Américas: desde sus bodegas, clandestinamente, las novelas pasaron a ser objeto de consumo, gracias a los vientos de cambio que experimentaron las sociedades de aquí y de allá, y gracias también a Cervantes que con su Quijote inventó la novela moderna. A pesar de que en el siglo XVII la novela era considerada “peligroso elemento de perturbación pasional y de corrupción”, durante la época de Napoleón I se editaron en Francia más de 4.000 novelas, de cuyos autores solo sobrevivieron, literariamente, dos, una verdadera pena.
La que aquí se presenta es la cuarta novela de Jorge Lozada. Ciento cuarenta y tres páginas que aspiran a sobrevivir y trascender. En esta introducción solo avanzaremos hasta poner en claro algunas características del texto, situándonos detrás y mirando brevemente la arquitectura que lo sustenta (nada más)
Nos ayudaremos con las sugerencias de algunos expertos: empecemos con la FÁBULA. En los términos más simples la fábula es el producto de la imaginación: la materia prima germinal, una serie de acontecimientos lógica y cronológicamente relacionados, que unos personajes o actores causan o experimentan. Para la narratóloga Mieke Bal y los “gramáticos de la literatura” la fábula es la TRAMA, mientras para Kayser, la misma fábula no es sino el desarrollo de la acción, el resumen, en esquema puro; el ¿qué?, helo aquí:
Un aspirante a escritor se reencuentra con una novelista famosa, quien le ayuda a vencer temores que le impedían escribir, hasta que logra completar una novela, pero un suceso inesperado le va a cambiar la vida.
Ahora pasemos al ¿cómo?, a la HISTORIA, que es producto de la ordenación. Es la misma fábula ampliada y con los elementos presentados de cierta manera para producir el efecto deseado, es decir el argumento. Y de la historia pasamos al TEXTO NARRATIVO, que es un producto lingüístico, lo que realmente Jorge escribió, y que curiosamente se independizó de la historia, porque Jorge descuartizó a esa historia, rompió la linealidad, puso algo por aquí, algo por más allá, adelantó, retrasó y creó una nueva cronología, porque debemos aceptar que el reino del arte tiene sus propios órdenes y tiempos. Esa es su magia.
Los veintiún capítulos de “No Pasa Nada…” empiezan por el final, cuando el novel autor escucha con decepción que de los libros que, muy esperanzado, dejara en consignación solo se han vendido cuatro. La novela avanza gracias a la analepsis que son las retrospecciones de Isaías En sus recuerdos se van dibujando los hechos y personas que lo han conducido hasta la sala de espera de un vuelo que ha de llevarlo a Europa.
Tradicionalmente se habla de que hay tres tipos de novelas: de Acontecimientos (en los que prevalen las acciones), de Personajes (en los que descuella un personaje y el narrador se focaliza en él, en sus sensaciones, vicisitudes, pensamientos y acciones) y de Espacios o ambientes. Nosotros descubrimos que la nuestra es una novela de personajes, que se apoya, en ciertos acontecimientos que, en espiral invertida, van precipitando al personaje Isaías por diversos espacios o ambientes hasta que lo colocan, casi a la fuerza, en el asiento de un avión presto a decolar hacia el Viejo mundo.
De los veintiuno, once capítulos corresponden al punto de vista de Isaías, narrados en primera persona, lo que nos permite internalizarnos en la mente del personaje. En el primero, y mientras el vuelo está retrasado, introduce, mediante el recurso de la Anacronía, a Micaela, que es un personaje unitario, de soporte y equilibrio. Tempranamente descubrimos algunos de los temores y pesadumbres de Isaías, quien reconoce: “de pronto me quedé sin historias que contar, sin mundos que recrear, ni fantasías que imaginar”, pero también la tenacidad persuasiva de Micaela que ha de obrar el milagro de sacarlo de sus dudas, inseguridades y complejos para sentarlo, en serio, ante el terrible desafío, ante de desierto de una página en blanco.
Narradores y personajes
Solamente en el capítulo dos el autor cede la palabra al narrador heterodiegético y omnisciente de tercera persona, cuando presenta a Rosendo en el periplo de instalarse en su cuarto de estudiante. A partir del cuarto capítulo será el mismo Rosendo quien vaya relatando, en los pares, desde su primera persona, los elementos y las acciones que a la postre han de conectarlo con Isaías, mientras en los impares ha de ser el punto de vista de este narrador, igualmente autodiegético, el encargado de narrar. Jorge Lozada decidió distanciarse de la historia a través de estos dos portadores ficticios o agentes. A ellos les encomendó “darle narrando”, para decirlo en ecuatoriano. Algún lector avisado podría descubrir que el autor acaso pudo esforzarse un poco más para que los léxicos de Isaías y de Rosendo nos permitieran, a los lectores, diferenciarlos nítidamente, ya que el uno es fallido estudiante devenido en taxista y el otro un profesional de ingeniería aspirante a escritor, y seguramente manejan registros lingüísticos diferentes. Pero esto es un elemento conjetural solo para la reflexión sobre este texto.
El resto de los actores o personajes son proyectados por la percepción que de ellos tienen Isaías y Rosendo. Los dos crean el mundo que les rodea y sobre el que actúan, al que nosotros podemos recuperar a través de sus pupilas. El yo del narrador se identifica con los dos personajes tanto que lo narrado a ratos tiene sabor a diario íntimo y biográfico de cada uno.
La construcción de los actantes, de los protagonistas que cumplen funciones cardinales está pulcramente realizada, así como la misión que cada uno debe desempeñar. Es un acierto de este texto: sus rasgos distintivos están bien desarrollados y los plenifican, los singularizan, les dan vida propia, lo cual revela dominio de oficio y madurez creativa por parte del autor. Micaela, –uno de los tres– está presente en los principales nudos narrativos, cumpliendo un rol antagónico, que en realidad es una aguijoneante invitación a la acción. Isaías se ahoga en lentas expansiones de sus recuerdos y prejuicios, hasta que el aguijón de Camila lo presiona para ponerlo en pie.
Y aún en el proceso le asaltan los temores, por eso el narrador-personaje pretende justificarse y convencernos de que:
“Había textos en los que dejé al personaje hacer su vida, no aporté mucho, excepto la escritura, era un secretario tomando nota”.
Isaías quiere escribir una novela, la novela es el objeto, el elemento de intención. A causa de ello causa y sufre acontecimientos funcionales para la historia como escribir y reescribir, acumular borradores y remitirlos a su cargosa madrina que le obliga a realizar infinitas correcciones. Micaela será el dador que apoye a Isaías en su intención.
El tercero, Rosendo, es el puente que ha de conectar la historia con el despreocupado mundo de un grupo de estudiantes provincianos. Su leit–motiv es el amor a Camila, pasión que lo trasladará de las aulas de clase hasta el volante de un taxi.
Aguiar e Silva dicen que “la novela es la forma de experiencia más importante de los tiempos modernos” porque ensaya, modifica y genera permanentemente nuevas técnicas narrativas y estilísticas. Es un reflejo de la gran búsqueda estética y espiritual del hombre contemporáneo. La novela se ha reinventado siempre a si misma porque la narración y lenguaje fueron creados juntos. Wolfgang Kayser afirma que “la novela es la narración del mundo privado en tono privado”.
Piezas de un rompecabezas, los mundos privados de “los otros talleristas”, de Rosendo y Camila, del charlatán del Wilson, de la desconsolada y enigmática Roxana, y hasta de la doña María y de la chica del primer cuento, sepultadas en el esfumatto que impone el misterio de sus vidas, son relatados coloquialmente como una colcha de retazos que al final se unirán, adquirirán sentido y nos abrigarán en estas noches frías.
La novela moderna es la expresión artística del mundo “desmitificado y desdivinizado” en que vivimos, y por eso exige del lector una actitud mental activa y coparticipativa. La de Jorge Lozada es una novela que desafía y exige al lector a decodificarla. Ese es otro de sus valores.
Espacios, paisajes, lugares
Con excepción de la famosa Micaela que exhibe títulos académicos, muchas novelas consagradas, y gustos finos, los demás constituyen casi una postal de la clase media que se va desgranando hacia arriba y hacia abajo.
En concordancia con lo que son, se mueven en el mundillo universitario, en los conventillos para estudiantes provincianos, en los ambientes de sus hogares y de las ciudades de su procedencia: Ambato, Riobamba, Otavalo, Guaranda, Santo Domingo. Iglesias, calles, parques y restaurantes de Quito son el escenario en que también actúan. Se focalizan igualmente el Carnaval de Guaranda, la Fiesta de la Fruta, el Cruce del Lago San Pablo, el Pailón del Diablo, Baños y otras locaciones.
El mundo de Micaela es más elevado, “es pelucón” como su departamento en un barrio exclusivo de Quito, dirá Isaías.
El taller literario del “maestro” era un espacio especial que proyectó a “los otros” a la fama, y a Isaías hacia la crisis. El resto lo ocupan el aeropuerto y la cabina de un avión en la que el personaje experimenta el nerviosismo de su primer vuelo.
Además de los espacios, la novela logra presentarnos un valioso fresco de la situación política y económica del Ecuador en la crisis finisecular que terminó desterrando a miles de compatriotas a España. El ojo de Isaías pinta la mutación de la sociedad ecuatoriana. Algunas pinceladas del fresco abarcan hasta el inicio del correísmo, en cuyos bastidores se pueden olfatear el tinglado de rimbombantes cambios insustanciales y el aroma lambón de profesionales e intelectuales que vuelan cual mariposas tras la llama del poder. Es un mérito del texto presentar la pintura, desde los diálogos entre los personajes antes que de la simple descripción.
Acciones, acontecimientos
Los acontecimientos son las transiciones de un estado a otro que causan o experimentan los personajes. El reencuentro con la Micaela del taller literario es el punto de partida del acontecimiento fundamental, que no ha de ocurrir sino hasta pocas líneas antes del final. El encuentro y la deserción de Roxana, la cita para visitar la Feria del Libro en la Casa de la Cultura, los viajes a Ibarra, Guaranda y Baños, el contacto con el taxista que ha de generar una novela –con sus propias acciones– dentro de otra novela, y el descubrimiento de la imprenta que elabora calendarios y textos escolares en Latacunga son los acontecimientos que generan las acciones de la historia. No obstante, faltaría, como dijimos, el principal, la piedra angular, el eslabón perdido que será el resorte que ha de iluminar el caos.
¿En qué consiste y dónde está el mentado acontecimiento?
“Todo texto es respuesta a otro texto”. Jorge es un buen lector de ficción, aunque es ingeniero de profesión. En la novela se hace referencia a autores famosos como Eliécer Cárdenas, Mera, Montalvo, Martínez, Cervantes, Faulkner, Vargas Llosa, Thomas Wolfe, Ubidia, Bolaño y otros, pero, curiosamente ninguna al reverenciado García Márquez ni a lo real maravilloso. ¿Por qué? Pregunta irreverente para entrevista.
“No pasa nada en los Talleres” podría presentarse además como texto didáctico. Quien desee aproximarse al mundo de la creación literaria, tiene un espejo de cuerpo entero en esta novela que muestra los sufrimientos, complejos, falencias, desvaríos, dudas, prejuicios, temores, y enormes esfuerzos del aspirante a escritor, es decir, un calvario plagado de peligrosos abismos en que se mueve la narrativa para quien se atreve a emprenderlo.
¿Cuántos novelistas, cuántos buenos narradores ha producido Ambato a partir de los años 60 del siglo XX hasta la actualidad? Poetas sí, algunos buenos, y de los otros, pero ¿novelistas, en este tiempo? ¿El ultimo grande fue Adoum?, ¿y detrás de él, quienes? ¿Alfonso Barrera, acaso Iván Oñate, Marcelo Robayo y el pertinaz Pedro Reino?
Contrariamente a los que su propio y coloquial nombre lo dice: “No pasa nada en los talleres literarios”, al concluir la lectura descubrimos que si ha sucedido algo y grande. Que, gracias al maestro, a Camila, a los compañeros de cuarto que lo consideraban “un politécnico loco que se pasaba leyendo novelas de mañana, tarde y noche”, a Roxana, al ejercicio de sacarle tiempo al tiempo, a la familia y al bolsillo, y para que se mueran de la envidia Abelardo, Juan, Rómel y María José, “habemus novelista”:
Le has dedicado toda tu vida para prepararte y llegar al punto de hoy. No te das cuenta, en cada hoja, en cada palabra está tu vida y no me refiero a tu biografía, ni mucho menos. Son tus lecturas, tus recuerdos, tus temores, tus demonios, eso está en tu novela”
Pero, bueno ¿Y cuál es el suceso, el acontecimiento, el hecho, la acción importante que se narra exactamente veinte líneas antes del final y que da sentido a todo? Eso lo sabremos cuando compremos el libro, que es la mejor manera de aplaudir el trabajo de nuestro novelista ambateño.
Germán Calvache Alarcón (Ambato, 1949). Presidente de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, núcleo Tungurahua. Licenciado en Letras y Pedagogía por la Pontificia Universidad Católica del Ecuador. Editorialista, promotor cultural.