Carlos Coello García
(Colaboración especial para Máquina Combinatoria)
Los cuentos que integran Identidades se desarrollan en varias direcciones. La particularidad de todos ellos es la incertidumbre, porque se sostienen sobre una base que explora la ficción en todos sus más complejos recursos. Los personajes son apenas piezas de un juego mayor que el creador utiliza para plantear ideas, estrategias. Decirle al lector que la realidad es lo increíble, pero también una ficción llevada al límite.
En sus historias habita una mirada rabiosa contra la imposición del poder en sus distintas formas (de la que sea y de donde provenga). Un malestar por lo establecido. Así sus personajes buscan la transgresión, una que en esencia no se busca, pero se da por las acciones.
La narrativa de Maenza es de calidad. Historias pensadas en cada oración. Tramas que en vez de dar respuestas plantean más interrogantes, lo que las acerca a una relación filosófica en su esencia.
¿Cuál es tu mayor preocupación como creador?
Considero que la construcción de un estilo. Trato de que cada frase sea pensada a fondo, no solo por su contenido, sino y sobre todo por la forma de expresión. Me empeño también que en mi escritura no se censuren las temáticas, sobre todo las que son consideradas tabús, de las que a veces pretendemos virar la cara apenas las notamos. Me entusiasma que mi literatura responda a una necesidad de expresión sin condicionantes.
Géneros como la ciencia ficción, el erotismo, el horror, lo histórico, la filosofía, lo policial, aparecen en Identidades. ¿Por qué no presentar un libro en un solo género? ¿Qué buscabas con esto?
Me interesaba el juego con los géneros en todas sus acepciones, tanto en lo planteado como recursos expresivos, volcados en el ensayo, el aforismo, la poesía o la narrativa, como en los subgéneros de lo policial, el horror, lo histórico, lo fantástico. A esto habría que añadir otra capa, otra dimensión, al referirnos a los géneros en su condición de preferencias de identificación sexual.
Ahí están cuentos como El púlpito de Roma, en el cual un sacerdote de la Edad Media se da a la tarea de desposar homosexuales, o El diario íntimo de Rebeca Bauer que aborda el tema del lesbianismo con la mayor naturalidad posible.
En principio el libro pudo haberse llamado Géneros (pensé en ese título durante algunos meses) remarcando las características que he expuesto, pero creo en la ambigüedad, y considero que la palabra identidades trabaja con mayor profundidad los conceptos que pretende explorar el libro.
¿Por qué Identidades no encontró editor en el país? ¿Qué es lo difícil de tu libro para un mercado como el ecuatoriano?

Comentaré algo que ya he expresado en otros espacios. El panorama editorial dentro del país es muy rústico. Uno como autor plantea una propuesta editorial dirigida hacia los responsables de las casas editoras, y jamás se obtiene respuesta, ni para mal, ni mucho menos para bien. Esto desgasta porque de cierto modo lo hace sentir a uno inservible. Es como si tú saludaras y no te devolvieran el saludo. A diferencia del profesionalismo de otros países vecinos que siempre dan respuesta, así sea negativa, así sea la típica justificación de “por el momento no receptamos manuscritos”, o “tenemos copado el límite de publicación”, o “tu propuesta no se adapta a nuestro catálogo”, o cosas por el estilo, y luego te brindan una palmadita de consuelo y te estimulan a seguir proponiendo y a seguir trabajando. Que por lo menos te levanta un poco el ánimo. Por otro lado, empuja a los autores a buscar otras alternativas en otras latitudes. En mi caso mi propuesta tuvo acogida en la editorial española Alféizar, que trabaja de una manera un poco heterodoxa, con impresión bajo demanda en físico y con ediciones electrónicas, pero que produce el libro de una manera muy profesional y brinda un empujón enorme a autores en mi situación, que no podemos ingresar a los grandes canales de difusión literaria.
Pareciera ser que en Ecuador las casas editoras trabajan a manera de pequeñas empresas grupales destinadas a promover a sus propios círculos. No pretendo generalizar. En el país habrá editores muy buenos y comprometidos, pero no se ha dado el caso de que hubiera tratado profesionalmente con alguno. Creo también que esto se debe a la baja demanda de lectura dentro del país donde básicamente nos leemos entre escritores. Ojalá me equivoque. Es más, espero estar equivocado y que de aquí a mañana aparezcan lectores a montón. Creo que esa esperanza late muy dentro de mí, y esta preocupación e interés es el que me empuja a continuar la lucha de que se mantengan en circulación mis libros dentro de Ecuador.
¿Cuánto tiempo te tomó pensar en Identidades como una amalgama de historias de distintos géneros?
Tengo la costumbre de decir que al momento de escribir debo saber desde el principio de dónde quiero partir y hacia dónde quiero llegar, a diferencia de otros escritores que podrían ser más fluidos o más espontáneos. Tengo esa obsesión por saber cómo va a empezar la historia y cómo va a terminar, cómo va a estar organizada. Siempre trabajo con un armazón, una infraestructura para poder construir cada obra. En este sentido cada relato lo trabajé bajo este concepto, bajo estos parámetros. Para escribir cada historia debo saber cómo comienza y cómo termina, de lo contrario me siento bloqueado. El conjunto de relatos que conforman Identidades responde a una acumulación de cuentos escritos en mi juventud, que fueron trabajados poco a poco, y madurando con el transcurso de los años. Por ejemplarizar el proceso, podría decir que si uno de los cuentos lo escribí a los dieciocho años, y lo revisé a los veintidós, a lo mejor cambió en un cincuenta por ciento, maduró para bien, tanto en estética como en contenido, y al revisarlo después de diez años más, también sufrió un cambio significativo. Cada relato tuvo un proceso de preparación y perfeccionamiento que consideré adecuado. Los cuentos tienen años desde que empecé a escribirlos, pero para formular el concepto de libro, para aglutinar estos relatos bajo una misma mirada y tener un manuscrito sólido, me tomó alrededor de un año, antes de la publicación. Básicamente fue así como lo describo. Escribía un cuento, lo dejaba abandonado, después de unos meses o años lo retomaba, hasta que di forma al conjunto de cuentos como libro y entonces busqué los canales para que se pudiera publicar el manuscrito.
Tus historias siempre plantean más preguntas que respuestas. ¿Por qué?
Me agrada que comentes esto. En realidad, no es un efecto que busque de manera dirigida al momento de escribir mis historias. Pero creo que esto que aludes se da intrínsecamente en el proceso literario como una necesidad que se impone. Puede que a mí no me parezca obvio, pero si tú lo afirmas por algo ha de ser. Y me alegra, porque considero que la tarea de un escritor no es brindarle certezas al lector, creo que la tarea de un escritor es todo lo contrario, plantearle cuestionamientos, hacerlo dudar. Si en un párrafo nosotros le contamos una aparente verdad (que a fin de cuentas será una gran mentira, los escritores somos unos malditos mentirosos), estamos en nuestra obligación como escritores de que en el siguiente párrafo le quitemos esa certeza y le planteemos una inquietud mayor a la que tenía. Creo que al menos en mi situación personal aquella es una premisa inconsciente desde la cual elaboro mis historias. En todo caso es una respuesta que debería quedar en cada lector. Pero, insisto, me alegro que sea así, que mi literatura pueda llegar a profundizar ciertos temas, que pueda girarlos y mostrar el otro lado y decir que las cosas no son tan sencillas como las creíamos, o por el contrario, que a veces las cosas no resultan tan complejas. Entonces esa dualidad del pensar también es válida para llegar de buena forma a los lectores.
Sobre el autor:
Diego Maenza (1987). Escritor. Es autor de la novela Estructura de la plegaria (Casa de la Cultura Ecuatoriana 2018) que aborda temas sensibles como la pederastia y el aborto en el contexto de la vida íntima del clero católico. Su libro de poesía Bestiario americano (Libros Duendes 2017, Tektime 2019) condensa mitos urbanos y leyendas de todo el continente, y ha sido traducido al italiano por el escritor Francesco Basso. Su más reciente obra es el libro de relatos Identidades (Ediciones Alféizar 2019).
Sobre el entrevistador:
Carlos Coello García (Manta, 1983). Autor de los poemarios La inspiración de un fantasma (2002), La creación perfecta (Mar Abierto, 2009) y El origen del mal y otros poemas (Tinta Ácida, 2017). Autor de la novela Leyendas de un fauno (Tinta Ácida, 2018).