María José Chiriboga
I
Despertó. En un principio no sabía dónde estaba o si en verdad estaba. Tal era la oscuridad que realmente no sabía si estaba vivo. A duras penas podía moverse. El aire, enviciado, no le permitía respirar. Sentía un ahogo y un polvillo diminuto que se colaba en su nariz, en sus ojos, en sus orejas. Tenía la lengua pastosa, tenía sed.
Un grito ahogado salió de su boca. La sensación de encierro era cada vez más fuerte. Su corazón palpitaba tan fuerte que parecía que se le iba a salir del pecho. Aturdido, trataba de encontrar una razón, un motivo por el cual se encontraba en semejante padecimiento. No lograba recordar nada.
Trató de tranquilizarse. ¿Sería esto la muerte? ¿El vacío? ¿La nada? O una jugarreta de una mente enferma. ¿La suya, tal vez?
Pero un hormigueo en sus piernas le indicó que estaba vivo. Vivo, sí. La esperanza renacía hasta que se percató que una horda de hormigas iba tomando su cuerpo. Las sentía en todas partes y sus picadas empezaron a hacer ronchas en su cuerpo. Lo último que vio fue una luz incandescente antes de perder la consciencia.
II
—Por qué tardas tanto? Vamos a perder la exclusiva —dijo el fotógrafo
Yo me encontraba sumido en mis pensamientos. Una sensación extraña recorría mi cuerpo. «Creo que voy a enfermar», pensé. La insistencia del fotógrafo del diario me bajó a la realidad.
—Qué te pasa, estás un poco pálido. ¿Te encuentras bien?
—La verdad que no, creo que he tenido un bajón de azúcar. Nada que no se solucione con un café bien cargado —dije, restándole importancia.
La verdad, no me sentía para nada bien. Tenía un sudor frío que me recorría la espalda: pero el trabajo me requería y con qué urgencia. Ya en la madrugada, por mi contacto en la policía, nos enteramos de que un loco había secuestrado a alguien y lo había enterrado vivo. Pero eso no era todo, en el ataúd tenía conectada una cámara con la cual filmaba la agonía del pobre tipo y la estaba transmitiendo. ¡¡¡Y a nivel nacional!!!
Poco se sabía de la víctima. Pero el tiempo transcurría inexorable, teníamos que averiguar mucho más si queríamos sacar una buena nota para ese día.
Llegamos al recinto policial por más información. Eso era un caos, la gente llamaba desesperada por lo que veía en la televisión, y más personas llegaban para entregar información de “buena fuente”. Nosotros nos colamos como pudimos para llegar hasta la sala de prensa. La policía estaba tratando de hacer un perfil del sujeto. Lo describieron como un hombre blanco, de mediana edad, con la fuerza y el conocimiento suficiente para drogar y cargar a la víctima. Solitario, inteligente y en búsqueda de notoriedad. Si estaba trasmitiendo a nivel nacional su “obra”, es que requería del reconocimiento público. Es decir, la policía aún no contaba con las suficientes pistas para poder atrapar al sujeto.
La teniente Veramatus, mi contacto, con una seña me pidió que la acompañara a otra habitación. Un lugar, frío y hermético que servía de sala de interrogatorios.
—Hola Mario, como podrás ver esto se ha convertido en un caos. Este loco ha trastornado a la ciudad. Aún no ha pedido nada ni sabemos a qué clase de monstruo nos enfrentamos.
—Roxana, gracias por avisarme. Y ¿qué sabemos de la víctima?
—No mucho, solo que es un hombre joven, de unos treinta y pico de años. Su nombre es Ismael Maldonado. Fue reportado desaparecido hace una semana por su esposa. Dijo que salió a trotar y nunca más regresó.
—¿Y qué puede pasar si este hombre muere en cámara?
—Será el fin de mi carrera. Al menos luego de la última amonestación que tuve por parte de Asuntos Internos
—¿Y no estarán sobre una pista certera?
—Tenemos algo, pero es más lo que no sabemos que lo que sabemos. El problema es el cronómetro que tiene conectado a la cámara. A penas le quedan 5 horas de oxígeno a la víctima. Es una agonía lenta. Ya nuestro equipo de investigación está analizando el video para ver si encuentran algo que nos lleve al lugar de los hechos.
—Te agradezco la información. ¿Y… Roxana… has pensado en lo que hablamos la última vez?
—Mario, por favor no me presiones, no ahora. Tengo tantas cosas en la cabeza.
—Está bien, disculpa, no es mi intención presionarte. Piénsatelo y ya sabes estoy aquí…
Roxana se retiró y yo me quedé ahí apoyado a la mesa, siendo rechazado una vez más por esa mujer. Nos habíamos conocido años atrás, en otro caso de homicidio. En aquel entonces los dos éramos unos novatos. Ella siempre fue una mujer decidida, fuerte, con un espíritu algo rebelde que me atrapó ni bien nos conocimos. Siempre quise que fuéramos más que amigos, pero ella…
Salí de ahí y regresamos con el fotógrafo a la redacción. Hice la nota y el malestar volvió. Fui a casa y me di un buen baño para tratar de relajarme. Algo comenzó a formarse en mi cabeza, una idea, un recuerdo. No sé porqué, pero este caso me recordaba algo. Abrí una botella de vino y comencé a buscar en internet casos que involucren entierros o cosas similares.
De pronto, algo apareció. Una nota de 1984 en la que se hablaba de un caso similar. Un perro que escarbaba dio con un ataúd. Dentro encontraron un hombre que tenía todas las señales de haber sido enterrado vivo. Nunca descubrieron al asesino. El tiempo pasó y el caso fue olvidado. Existían muchas similitudes entre ese caso y el de ahora. Seguramente en ese entonces no tuvo tiempo para mostrar su “obra”. ¿Pero, por qué tantos años después? ¿Qué lo había mantenido “fuera de circulación”? ¿Qué hacía de esta víctima alguien especial? ¿Por qué le dio el protagónico de su obra? Eran demasiadas preguntas.
Tenía que hablar con Roxana. No sabía si llamarla en ese momento. No solo por el caso, necesitaba llamarla, oír su voz. Aunque sea para recibir un “no” como respuesta. Sin embargo, desistí. Ya la vería mañana.
Casi no pude dormir, el insomnio se iba convirtiendo en mi compañero nocturno. Y realmente ya estaba haciendo mella en mí. Antes del amanecer, me levanté y salí a caminar para despejar la mente. Respirar el aire aún fresco y recorrer las calles casi vacías. Olía a lluvia, parecía que iba a hacer un día frío. Volví y me preparé para salir nuevamente.
Llegué al diario antes que nadie. Llamé a Roxana, su celular solo me enviaba a buzón de mensajes. Fui a mi escritorio y me percaté que entre el correo había una carta extraña. Estaba dirigida a mí. ¿Qué raro, pensé, porqué a mí y no al editor? La abrí. Era una carta que estaba dirigida a todos los medios y a los periodistas que cubrían el hecho.
Era un escrito un tanto encriptado, que hacía referencia a algunos años. Específicamente a 1984, 1989, 1995, 2002, 2009, 2013. ¿Estaba claro que algo había sucedido esos años y en una secuencia de siete, pero porqué el último solo con 4? Firmaba “El enterrador”. Volví a buscar en el registro de los diarios de esos años, pero aparte de 1984, no había nada que indicara nada tan macabro.
Al fin logré hablar con Roxana y le comenté lo sucedido. Imaginé que se quedó de piedra, porque no me contestó en un tiempo que para mí fue eterno.
—Roxana, ¿estás ahí?
—Sí, disculpa mi reacción, pero lo que me dices me ha conmocionado. No pudimos dar con la víctima. Murió hace como media hora. Realmente fue algo horrible, ver su desesperación al irse quedando sin aire y siendo devorado por las hormigas. Tenemos que dar con el asesino, sí lo que dice la carta es verdad, esos años deben significar otras víctimas.
—El único año que pasó algo similar es 1984. Deberíamos comenzar por ahí. ¿Qué sabe la policía de ese caso?
—Tengo que pedir los archivos. No puedo apresurarme a darte información que no está corroborada. Puede que no tenga nada que ver.
—No lo creo, las similitudes son muchas, solo que esta vez parece haber perfeccionado la técnica. Al menos ahora todo el mundo sabe de él.
—Está bien Mario, lo voy a tomar como una pista. Te pido algo, no publiques nada hasta que haya algo más. No quiero que gane publicidad, eso solo le haría sentirse superior.
—Pero Roxana, esta carta la han recibido todos los diarios.
—Mierda, tenemos que hallarlo pronto. Caso contrario seremos el “Hazme reír” de la ciudad.
III
1984
Papá siempre nos llevaba al bosque. Decía que era el mejor sitio para cazar. A mi hermano y a mí siempre nos hacía participar de sus cacerías. En un principio eran animales pequeños: conejos, ardillas, ratones de campo. Luego los enterraba vivos. Siempre decía que eran su experimento. Quería ver las reacciones tanto físicas como psíquicas de sus víctimas. Nos hacía mirar. Siempre mirar; yo huía, pero siempre me tría de vuelta tratándome de cobarde. Me obligaba a ver el sufrimiento de esos pequeños animales. Decía que era para forjar el carácter. Que era una cuestión de sobrevivencia.
Cada verano era lo mismo, yo comencé a odiarlo, detestaba la cabaña y sentía asco por mí mismo. Quería huir, pero siempre me quedaba. Un día nos dijo que era el día de nuestra “graduación” ¿Qué quería decir con eso? No tuvimos que esperar mucho. En el lugar de los animales, había un hombre ¡Un Hombre! Yo no entendía qué pretendía hacer. Nos obligó a cavar un hueco y metió al hombre en un ataúd. Cerró la tapa y lo enterró. Nunca olvidaré los gritos, la angustia de aquel hombre tratando de salir de ahí. En ese momento comprendí que mi padre había enloquecido. Traté de salir de ahí, pero amenazó con matarme. Mi hermano, a diferencia de mi le seguía el juego. Y así cada siete años había una “graduación”.
IV
2013
Mi padre murió. Pensé que la pesadilla había terminado hasta que vi en la televisión un entierro de un hombre vivo. No lo podía creer. Comprendí que era mi hermano
V
Entró un hombre a la comisaría, se lo veía descompuesto. Casi al punto del desmayo. Pálido y desencajado no atinaba a hablar con nadie. La teniente Veramatus se le acercó y lo llevó a parte. El hombre confesó que el crimen podía ser obra de su hermano. Contó la historia de su padre y dio las pistas necesarias para encontrar al homicida.
La teniente Veramatus me avisó y nos encontramos en el lugar indicado por el hermano. Encontramos al asesino en una cabaña, al sentirnos entrar sacó un arma y se pegó un tiro.
Buscando por el bosque, la policía encontró los demás entierros. Los 6 en total.
Foto portada: https://pixabay.com/photos/fingerprint-daktylogramm-papillary-255897/